Las economías se resisten a entrar en 'números rojos’, incluso en el convulso 2025. El antídoto contra las recesiones procede del intervencionismo estatal, aunque no inmuniza frente a crisis financieras y fiscales
¿Ha entrado el planeta en un círculo virtuoso que evita episodios de contracción económica? O, por el contrario, ¿se trata de una espiral perniciosa que agravará los efectos que toda alteración de los ciclos de negocios trae a modo de correcciones de los mercados como aduce la doctrina neoliberal? La coyuntura económica internacional no despeja las dudas, pero deja muestras de que los números rojos siguen brillando por su ausencia en gran parte de las potencias de rentas altas y de los principales mercados emergentes. Es un ejercicio de especial complejidad analítica en el que han irrumpido no pocos movimientos bursátiles, comerciales, fiscales, tecnológicos o monetarios de especial intensidad. Sin mencionar polvorines geopolíticos de gran calibre que no han acabado por generar ni crisis energéticas ni colapsos financieros.
Desde la órbita inversora, hay varios botones de muestra de que algo se mueve en el interior de las estructuras productivas globales. El oro se dispara mientras el petróleo se mantiene en calma y el dólar se devalúa con dobles dígitos, unas cotas desconocidas desde 1973, sin que se apaguen las alarmas en Wall Street. Los flujos de capital hacia activos vinculados a la IA y la computación cuántica pueden explicar en cierto modo de dónde proceden los vientos que crean la atmósfera inversora que, por otro lado, recuerda, a los ojos de no pocos expertos, a la crisis de las puntocom.
Sin embargo, la aparición de esta anomalía devuelve a la actualidad la tesis de Francis Fukuyama de su libro El fin de la historia y el último hombre. Solo que su triunfalista idea de que sería el capitalismo liberal el que proclamara su victoria ideológica sobre la economía global no aparece como muy certera. Porque la actual resistencia de las economías en ingresar en fases recesivas surge del intervencionismo estatal. O, para ser más exactos, de un activismo gubernamental militante en el terreno económico. The Economist describe “un mundo en el que los gobiernos han aprendido a evitar el dolor productivo” con gastos y subsidios industriales, pese a que “el precio a pagar” por eludir los cambios de ciclos de negocios “pueda acarrear crisis financieras y fiscales” de envergadura. Alude a posibles colapsos financieros o bursátiles o presiones desbocadas de los déficits presupuestarios y de las deudas soberanas.
De hecho, en los últimos quince años, salvo en la Gran Pandemia, no se ha producido ninguna recesión sincronizada. La penúltima de enjundia fue el credit crunch surgido por la quiebra de Lehman Brothers. Entre 2022 y 2024 el PIB global remontó en un 3% cada año, algo que el FMI tilda desde entonces de estancamiento estructural con inflación casi perpetua. Aunque con el empleo en tasas reducidas, al menos en la esfera de la OCDE.
Este doble estímulo –monetario y fiscal– se emplea, en ocasiones, para rescatar firmas zombies que mantienen su actividad de manera artificial sin declararse en quiebra. Otro síntoma de que el intervencionismo estatal sin control evita los ajustes propios del mercado.
EEUU, el adalid del capitalismo con activismo político
Para cierto pensamiento económico, las estrategias de estímulo –sobre todo fiscal, que es potestad de los gobiernos–, han apocado tanto la productividad como los riesgos de las empresas. Hasta el punto de adormilar sus inversiones y su capacidad de innovación. “El sistema ya no se contrae, sino que se anestesia”, explica el semanario británico. Así, en EEUU, el gasto federal se disparó por encima del 5% para abordar el ciclo inflacionista generado tras la Gran Pandemia a través de recursos fiscales enfocados a actividades industriales. Es como si se hubiera instaurado una economía de guerra para paliar la espiral de precios energéticos creada por Rusia tras la invasión de Ucrania con el cierre de sus grifos petrolíferos y gasísticos a Europa.
Sin embargo, la Inflation Reduction Act (IRA) de Joe Biden, engendrada para atacar una escalada inflacionista desconocida desde los años ochenta por la crisis del crudo, los fondos del Tesoro americano para facilitar el justificado tránsito energético y el billonario plan de infraestructuras movilizaron ingentes cantidades de recursos. Solo el IRA, 3,5 billones de dólares hasta 2032.
Sin embargo, ha sido la Administración Trump la que ha añadido más leña al fuego para calentar la economía. Su One Big Beautiful Bill ha creado una nueva agenda fiscal que casi fulmina todos los incentivos a la energía solar y eólica y las sustituye por deducciones y ventajas impositivas al sector de los combustibles fósiles en aras de la seguridad. Reuters calcula en 31.000 millones de dólares el regalo subvencionado de Trump a la industria del petróleo y gas.
Todo este arsenal de recursos ha elevado la capacidad de resiliencia de un PIB que navega a una velocidad lenta, del 2%, pero que ha sorteado la fase contractiva que ha venido augurando el consenso del mercado por su agresiva y caótica política arancelaria y que ha dado cierto oxígeno a un cuadro de mando federal que ha llegado a registrar un déficit del 7% con una deuda de 37,5 billones de dólares. La robustez del consumo y un mercado laboral que aguanta a duras penas el tirón de su viraje económico han obrado el milagro, en el que también cree Wall Street y sus marcadas ínfulas inversoras en IA.
“La mano visible que reconfigura el libre mercado”. Así de irónico con el laissez-faire de Trump se manifiesta Scott Stewart, director de Análisis Global de la firma de inteligencia de riesgos Rane Network, para quien EEUU ha inaugurado una era de “intervencionismo geoestratégico” en el que el Estado federal “redefine las reglas del capitalismo al priorizar la seguridad o el empleo”. Antes de explicarlo con mayor precisión: “EEUU combina aranceles, subsidios y restricciones a exportaciones como política permanente, consolida una economía de seguridad nacional que ha desplazado al libre comercio clásico y decide quién produce y con qué apoyo, desde los chips hasta los materiales críticos”.
A su juicio, este activismo celera la relocalización, pero arriesga el dinamismo innovador. Como también justifica controles, subsidios y exclusiones tecnológicas que Washington dice legitimar para combatir su rivalidad con China.
Ray Dalio, fundador de la gestora Bridgewater, cree que durante el segundo mandato de Donald Trump sucederá “un paro cardíaco” que podría conducir a la economía americana a declarar la primera quiebra de su historia. Dalio lo achaca a una montaña de endeudamiento insostenible con un déficit que la alimenta y que “no corregirá” los ingresos adicionales de los peajes a la importación impuestos por EEUU. El FMI, en su última reunión otoñal, vuelve a incidir en el riesgo de colapso crediticio por una deuda global que catapultará su ratio por encima del 100% del PIB en 2029.
Aunque el Fondo también atisba la amenaza de crisis por sobrevaloración de activos bursátiles o presiones sobre los ratings soberanos o las stablecoins impulsadas por la Genius Act trumpista.
China y Europa otean el activismo americano
El intervencionismo que emplea Washington como poder ejecutivo para determinar subsidios es, en opinión de Daniel Kritenbrink, investigador en Carnegie Endowment, “un intento claro de instrumentalizar la economía y subordinarla a los objetivos electorales republicanos y a un poder soberano para ganar influencia tecnológica y geopolítica global mediante el uso de la diplomacia y los recursos federales”.
En definitiva, como aduce Matthew Bey, analista de Geopolítica en Stratford, “es un uso de la política industrial como extensión de su doctrina de defensa” y una redefinición de la ventaja competitiva, que “busca no el coste, sino el control de industrias claves” como la de los chips, la IA o la energía. “No es socialismo, pero sí un capitalismo nacionalista que acude en defensa del sector privado”, matiza. De ahí que el PIB de EEUU crezca en forma de K, solo a través de ciertos segmentos productivos, en alusión, sobre todo, a los tecnológicos.

ElDiario.es Economía

Raw Story
The Daily Beast
People Top Story