Frente a la idea dominante que lo identifica con el colonialismo y el neoliberalismo, el historiador Marc-William Palen reconstruye en su libro 'Pax Economica' la idea del librecambismo como proyecto pacifista y antiimperialista

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En Pax Economica. Left Visions of a Free Trade World (Princeton University Press, 2024), Marc-William Palen propone una lectura radicalmente distinta de la historia del libre comercio. Frente a la idea dominante que lo identifica con el colonialismo primero y el neoliberalismo después, el historiador británico reconstruye una genealogía olvidada (y no exenta de controversia): la del librecambismo como proyecto pacifista y antiimperialista. En el “largo siglo XIX” —de la Revolución Industrial al estallido de la Primera Guerra Mundial—, un sector de la izquierda internacionalista vio en la apertura de los mercados una vía para desmontar el orden imperial y promover la paz entre naciones.

El profesor de la Universidad de Exeter muestra cómo figuras socialistas, cooperativistas y sufragistas defendieron la liberalización del comercio en nombre de la igualdad, la interdependencia y la justicia global. Lejos de los conflictos arancelarios y del nacionalismo económico, aquel librecambismo de izquierdas imaginó un mundo donde los bienes circularan libremente, los monopolios se disolvieran y la abundancia material resultante permitiera erradicar el hambre y la guerra. Palen revisita esa tradición para rescatarla del olvido y distinguirla del proyecto neoliberal que, un siglo después, se apropió de su lenguaje y lo vació de su sentido democrático.

En plena guerra comercial, Pax Economica invita a repensar nuestro tiempo desde otro prisma. Si en el siglo XIX fueron los imperios quienes erigieron barreras en nombre de la soberanía, hoy es una potencia hegemónica en declive la que encabeza la nueva ola arancelaria. Palen sugiere que este escenario podría ofrecer una oportunidad inesperada a una izquierda desorientada ante el desafío proteccionista: redescubrir su propio pasado librecambista, aquel que vinculaba el libre comercio con la promesa de un orden global basado en la no dominación.

Su libro se centra en el siglo XIX y comienzos del XX, y describe dos grandes campos: por un lado, el nacionalismo económico —lo que hoy llamaríamos proteccionismo— y, por otro, el libre comercio. En aquel momento, ¿cómo se definían y quiénes los integraban?

En aquel entonces, el proteccionismo era, en gran medida, la bandera de los nacionalistas de derechas, algo que quizá no sorprenda en nuestro presente, también marcado por aranceles elevados, precios de los alimentos disparados y guerras comerciales. Los proteccionistas concebían la geopolítica como un juego de suma cero, un escenario de competencia permanente en el que las guerras, ya fueran económicas o militares, eran inevitables. Defendían que los aranceles, al discriminar la competencia extranjera, fortalecían a la industria nacional y le otorgaban una ventaja artificial frente a economías más avanzadas, especialmente la británica.

En cambio, el libre comercio fue la opción preferida por amplios sectores de la izquierda. Sus partidarios más progresistas sostenían que el proteccionismo encarecía la vida de los consumidores y generaba tensiones internacionales que podían desembocar en conflictos bélicos. Desde su perspectiva, el exceso de nacionalismo político y económico de finales del XIX y principios del XX fue el caldo de cultivo de las dos guerras mundiales. Frente a ello, la liberalización del comercio prometía un mundo más pacífico, próspero e interdependiente. En mi libro intento recuperar esa lucha popular de la izquierda por desmantelar el orden imperialista y nacionalista forjado por la guerra, una lucha sorprendentemente diversa que unió a liberales radicales, socialistas, feministas y cristianos.

El apoyo de Marx al libre comercio, pragmático y estratégico, así como su asociación de proteccionismo y guerra ayudan a entender por qué muchos internacionalistas socialistas de comienzos del siglo XX fueron librecambistas convencidos

El libre comercio, sin embargo, también sirvió para justificar y sostener el imperialismo británico. ¿Cómo puede considerarse entonces una causa antiimperialista?

Efectivamente, el mundo del siglo XIX estaba dominado por los imperios. Y es bien sabido que los británicos fueron los primeros en adoptar el libre comercio, tanto como ideología como política, en la década de 1840. Pero lo hicieron en parte por razones sociales: los cereales importados baratos garantizaban la seguridad alimentaria y permitían que la población trabajadora pudiera comprar pan. Para los izquierdistas que defendían el libre comercio, además, la liberalización prometía acabar con los monopolios creados por el proteccionismo y, con ello, con las propias estructuras imperiales. ¿Por qué ir a la guerra si se podía comerciar pacíficamente con los vecinos? ¿Y para qué mantener colonias si era posible acceder libremente a los recursos del mundo?

Ahora bien, Gran Bretaña impuso el libre comercio por la fuerza en algunos de sus dominios coloniales, como China, Irlanda o India, y fueron precisamente los librecambistas británicos de izquierda quienes se opusieron con más firmeza a esa práctica. Su postura antiimperialista y no intervencionista alimentó una larga lucha por un libre comercio realmente pacífico y sin pulsiones coloniales.

Los británicos confiaban en que sus rivales imperiales seguirían su ejemplo al comprobar los beneficios económicos del libre comercio. Pero tras la depresión iniciada en los años 1870, casi todas las potencias optaron por políticas nacionalistas: altos aranceles para proteger sus industrias “incipientes” y expansión colonial para garantizar materias primas. Ese capitalismo monopolista de raíz proteccionista necesitaba nuevos mercados coloniales para colocar su capital excedente, como explicaron J.A. Hobson y Lenin. Desde 1870, el orden económico global se volvió proteccionista, y fue entonces cuando muchos sectores de la izquierda abrazaron el libre comercio como antídoto contra el imperialismo.

En el seno de la incipiente tradición marxista se dio un debate sobre el libre comercio especialmente interesante. Pax Economica identifica dos tradiciones enfrentadas: “Marx-Manchester” y “Marx-List”. ¿En qué se diferenciaban? ¿Cuál fue la posición del propio Marx?

Debemos comenzar por Marx. Durante la década de 1840, justo cuando Reino Unido transitaba del proteccionismo al libre comercio, Engels y él vivieron en Manchester, epicentro del librecambismo británico. Y ambos vieron en esa transición un paso progresivo hacia la revolución socialista. El libre comercio aceleraba el desarrollo capitalista y prometía unir a los trabajadores del mundo a través de la integración de mercados. El proteccionismo, en cambio, era retrógrado. Marx lo definió como “la organización de un estado de guerra en tiempos de paz; un estado de guerra que, aunque destinado en principio a los países extranjeros, acaba volviéndose inevitablemente contra la nación que lo promueve”.

El apoyo de Marx al libre comercio, pragmático y estratégico, así como su asociación de proteccionismo y guerra ayudan a entender por qué muchos internacionalistas socialistas de comienzos del siglo XX fueron librecambistas convencidos. Esta nueva generación, más que el propio Marx, asoció el libre comercio a la paz e incluso colaboró con pacifistas y antiimperialistas no marxistas. A esa corriente la denomino la tradición “Marx-Manchester”, por la relevancia de esta ciudad industrial como epicentro de la agitación librecambista.

Frente a ella está la tradición “Marx-List”, formada por socialistas nacionalistas inspirados en las ideas del popular economista alemán Friedrich List, cuya obra Sistema nacional de economía política (1841) sostenía que los rivales imperiales de Gran Bretaña necesitaban proteger sus nacientes industrias y, al mismo tiempo, expandir sus colonias para alimentarlas. Su apuesta por el “socialismo en un solo país” los alineó con nacionalistas de derecha en Alemania, Francia o Gran Bretaña, favorables a las conquistas coloniales de sus imperios.