Domingo, escribo temprano, auroral. Fría aún está la casa toda y fría la sala que ocupa mi escritorio. Mas, aun así, lo hago en traje de noche o pijama y aún sin togarme, que diría un panameño. Por no togarme (a la panameña, insisto), ni la bata me he puesto, que, al no portar escudo, no deja claro si parezco un juez o si a un fiscal semejo, y quita para allá, que mucha importancia tiene, y me da que más va a tener, la apariencia. Así que lo que hago, mientras van caldeando casa y despacho, es gritarle a todo bicho viviente en ella: ¡Esa puerta! Y más que nada, por evitar maliciosas corrientes (de aire, aclaro, no se vaya a aparentemente interpretar otra cosa) que pueden colarse por las ventanas o puertas de atrás. Y ya se sabe que estas, las corrientes, te gobiernan o dirigen un injusto t

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