¿Qué fue primero, Barcelona o el Mediterráneo? La relación de la ciudad catalana con el mar es tan antigua como el remoto descubrimiento de la navegación. Es muy probable que cuando varios cientos de laietanos (pueblo íbero) se asentaron en la ladera de la montaña de Montjuïc en el siglo VI a. e. c., no se plantearan que el poblado generaría, al cabo del tiempo, la ciudad actual.
En cualquier caso, si por algo es conocida Barcelona es por su origen romano. La Colonia Julia Augusta Faventia Paterna Barcino se supone que se fundó entre el 15 y el 10 a. e. c. Los romanos se centraron en su alto nivel estratégico, porque su situación en la costa del Mediterráneo occidental les era de gran utilidad. Ellos fueron quienes crearon un puerto que servía de punto de conexión con el resto de los enclaves mediterráneos, ya que el Mare Nostrum era uno de los ejes vertebradores del Imperio.
Por supuesto, durante este tiempo a Barcino llegaron aceite, vino y cereales, pero también personas con su propio credo religioso. De hecho, fue una de las primeras ciudades de la Hispania Citerior en recibir el cristianismo.
En el siglo II contaba con unos 3 500 habitantes, que tenían que protegerse de las invasiones germánicas. La ruralización generó una nueva ciudad, más pequeña y frágil, y tras la ocupación musulmana en 718, estuvo durante ocho décadas bajo tutela islámica. Pero el apoyo de los francos de Carlomagno ayudó a conquistarla de nuevo. Nacía la Marca Hispánica.
Barcelona se abre al Mediterráneo: la Baja Edad Media
Bajo el reinado de Jaime I de Aragón, la Corona de Aragón impulsó con decisión la política marítima y apostó por llevar a cabo la conquista de las Baleares en 1229. En ello pesó mucho la motivación religiosa, ya que el monarca se sentía llamado a expandir la fe católica. En ese momento, Barcelona ya tenía unos 45 000 habitantes.
Debemos imaginar entonces un barrio marítimo con una actividad desbordante y, sobre todo, con una nueva clase social: mercaderes y comerciantes que organizaron gremios que velaban por sus intereses. La creación en 1262 del Consulado de Mar (Consolat de Mar) –institución jurídica imprescindible para regular el comercio marítimo de la Corona de Aragón– ejemplifica a la perfección este crecimiento. El periodo también generó una nueva arquitectura y en el siglo XIV se creó la Llotja de Mar para facilitar las operaciones comerciales.
Sin embargo, si el mar había traído prosperidad, así mismo trajo desolación, crisis y muerte: la peste negra de 1348. Superada la epidemia, el desarrollo económico y comercial se trasladó a Valencia, que vivió su momento de mayor prosperidad en el siglo XV.
La Edad Moderna: ¿decadente?
Tres acontecimientos marcaron ese siglo XV, y sus consecuencias se dejaron sentir durante varios siglos. En primer lugar, la unión dinástica entre Fernando de Aragón e Isabel la Católica implicó un traslado de poder a Castilla: había nacido la Monarquía Hispánica. El establecimiento de la capitalidad en Madrid hizo que Barcelona se viera más alejada de la corte de los Habsburgo.
Sin embargo, por la ciudad pasaron personajes célebres como san Ignacio de Loyola o Miguel de Cervantes, quien elogió a la Ciudad Condal definiéndola en el Quijote como “archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”.
En segundo lugar, la conquista de Constantinopla por parte de los turcos en 1453 provocó que el Mediterráneo dejase de ser un espacio seguro para la navegación. La noticia causó, además, un gran impacto en la cristiandad.
Y el tercer cambio que se produjo fue el descubrimiento de América en 1492. A partir de ese momento, el comercio internacional se desplazó al Atlántico.
Este panorama nos puede hacer pensar en un declive general de la ciudad. Pero si bien es cierto e indiscutible en líneas generales, los negocios marítimos no desaparecieron totalmente.
Los siglos XVII y XVIII tampoco fueron boyantes para Barcelona. La Guerra de los Segadores (1640-1652) y la Guerra de Sucesión (1701-1715) la debilitaron, mientras que el establecimiento de la dinastía de los Borbones implicó un proceso de centralización del reino, aunque la ciudad se mantuvo como núcleo comercial marítimo. La Real Junta Particular de Comercio de Barcelona (1758), bajo el reinado de Fernando VI, contribuyó a dinamizar el comercio interior y exterior, a lo que se unió la decisión posterior de Carlos III de reactivar, una vez más, la actividad marítima y decretar el libre comercio.
En esta Barcelona ilustrada sobresalió la figura del historiador Antoni de Capmany, quien escribió la primera crónica marítima de la ciudad. Es la época en la que se consolidaron las llamadas fábricas de indianas, que tanto progreso y riqueza generarían en Barcelona. El puerto se convirtió entonces en un elemento clave para impulsar la industrialización del país.
Una ciudad que se reinventa
Tras el freno a la actividad local que supuso la Guerra de Independencia (1808-1814), a partir de 1850 la aparición del ferrocarril, la industria y el proteccionismo inauguraron un periodo de brutales desigualdades entre las clases sociales. El mismo Friedrich Engels afirmó que Barcelona era “el centro fabril más importante de España, que tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo”.
La ciudad creció a un ritmo vertiginoso y los barceloneses demandaron el derribo de las murallas, un proceso que se inició en 1854. Posteriormente comenzó a prepararse la Exposición Universal de 1888. Barcelona se presentaba ante el mundo como una capital moderna, abierta al Mediterráneo y al resto de Europa; la Ciudad Condal se había convertido en una urbe seductora que lideraba la actividad económica y mercantil en España. Esto comportó la llegada masiva de población del sur del país, configurando una urbe heterogénea y diversa.
Por otra parte, muchos ciudadanos emigraron a Cuba para desarrollar allí sus actividades económicas. No podemos ningunear en este punto el peso del comercio de esclavos, en el que participaron (y con el que se enriquecieron) algunos barceloneses. Es, también, el momento del Modernismo, que tanta impronta ha dejado en la arquitectura de la ciudad.
Un siglo XX complejo y esperanzador
A principios del siglo XX, barrios como la Barceloneta reflejaron la dimensión marítima de la ciudad. Apareció el interés por el baño y en 1912 se inauguraron los baños de la Mar Bella, activos hasta la década de 1940.
Por un lado, la zona marítima reflejaba un modo de vida marinero y obrero que a menudo estaba marcado por la pobreza y la escasez de sus trabajadores. Y a la vez, Barcelona seguía siendo una ciudad de contrastes y las clases más adineradas centraban su interés en el deporte del remo.
La ciudad volvió a cobrar importancia con la Exposición Internacional de 1929, cuando superó el millón de habitantes. Este desarrollo se vio truncado súbitamente con el estallido de la Guerra Civil. Barcelona vivió con dramatismo los bombardeos, la falta de abastecimiento y los caminos del exilio (que se llevó a cabo también por mar). Igualmente, la posguerra fue funesta para un lugar que había apoyado a la República y se identificaba por su catalanidad. Es la Barcelona sórdida narrada por Carmen Laforet en Nada.
Con los años del desarrollismo franquista (a partir de 1959), la urbe se abrió al turismo y a una nueva globalización. Esto generó, por fin, un desarrollo económico sostenido en el tiempo. Una nueva oleada migratoria procedente de las zonas más deprimidas de España hizo crecer la ciudad y su área metropolitana. Pero las aberraciones urbanísticas, sobre todo en la periferia, reflejaron las incoherencias de un régimen inmóvil en lo político pero liberal en términos económicos. Tras la muerte de Franco en 1975 Barcelona abrazó con ilusión el inicio de las reformas democráticas.
Su última gran transformación (decididamente marítima) tuvo lugar a raíz de los Juegos Olímpicos de 1992. Se impulsó la apertura hacia el mar, modificando profundamente el litoral y dignificando un espacio marítimo prácticamente olvidado. Desde entonces, el puerto se ha consolidado como hub logístico y de cruceros.
Esto también ha abierto el necesario debate sobre el control del turismo masivo, que puede generar, entre otras cosas, procesos de gentrificación en los barrios de la ciudad. Y todo eso sin olvidar la masiva llegada de migrantes de los cinco continentes.
Actualmente, Barcelona se muestra como una capital mediterránea de primer orden, una ciudad con una historia larga y dilatada y con una relación perenne con el mar.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Xavier Baró Queralt no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


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