Ya hemos dado por hecho que la Navidad empieza cuando un alcalde o alcaldesa, el que sea o la que sea de la ciudad que toque, decide encender el alumbrado, llamado extraordinario pero que, por los días que permanece encendido, podemos llamar ordinario. También habrá quien, en determinados casos y dado los gastos, busque otras acepciones al adjetivo de ordinario. He oído a una mujer, a la que puse desde ese momento el calificativo de sabia, calificar todo esto: “Se trata de buscar la manera más tonta de gastar dinero”, comentó al pasar frente a uno de los ostentosos exornos callejeros. Al pobre espíritu navideño no hacen más que estirarlo y, si alguna vez existió, ya lo han convertido en un hilo fantasma más bien. Dudo de que haya mucha gente todavía que, con este ambiente, se crea el cuent

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