Debe ser la edad, que nos conduce a una suerte de inocua melancolía, pero uno no termina de entender esa pulsión festiva por la que le ha dado, de un tiempo a esta parte, a la ciudad. Como si no hubiera un mañana, el personal se echa a la calle por cualquier excusa, hoy (y mañana) una procesión, otro día el alumbrado de navidad, los heraldos que anuncian la llegada de los reyes por todas partes, como si no supiésemos cuando llegan, cargados de regalos… y de yintonis en vaso de sidra. Hasta cuatro bandas de cornetas me encontré el otro domingo por la Avenida, una detrás de otra, camino de ese metrocentro que cada vez hay que andar más para cogerlo.

Y uno piensa que habría que pararse un poco a reflexionar, todos, si esta fiebre por lo festivo, en cualquiera de sus manifestaciones (empezand

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