Un nuevo estudio interdisciplinar liderado por investigadores de la Universidad de Cornell, y publicado en Journal of Archaeological Science, ha demostrado que numerosos análisis arqueológicos realizados en el Mediterráneo podrían haber identificado de forma incorrecta aceite de oliva en cerámicas antiguas . El trabajo, que combina química, ingeniería y experimentación controlada, señala que muchas interpretaciones asumieron la presencia de este aceite sin tener en cuenta un factor clave : la composición del suelo en el que se entierran las vasijas. El hallazgo obliga a revisar parte de la investigación sobre comercio, dieta y prácticas cotidianas en civilizaciones mediterráneas.

El problema arranca con una idea tan extendida como poco comprobada: que el aceite de oliva, al ser central en la historia económica y simbólica del Mediterráneo, debía aparecer frecuentemente en los residuos conservados en los poros de la cerámica. Según explica la investigadora principal, Rebecca Gerdes , esa suposición pesaba incluso en la interpretación científica. “Hay una tendencia entre los arqueólogos a querer creer que han encontrado aceite de oliva, porque encaja bien con la historia que esperamos encontrar”, señaló Gerdes en declaraciones recogidas por la misma Universidad de Cornell, subrayando que la narrativa cultural condicionó la lectura de los datos durante años.

El origen de la investigación

El estudio nació de una observación inesperada mientras Gerdes realizaba análisis sistemáticos del líquido de enjuague tras limpiar cerámicas excavadas . Ese “agua sucia” conservaba marcadores químicos que no coincidían con los patrones esperados para aceites vegetales, lo que llevó a cuestionar las bases interpretativas de la arqueología del Mediterráneo. Los investigadores detectaron que las inconsistencias no podían explicarse únicamente por el paso del tiempo o por fallos en los protocolos de laboratorio, sino por un factor externo que había pasado desapercibido.

La clave resultó estar en los suelos calizos predominantes en gran parte del Mediterráneo, muy distintos de los empleados habitualmente en experimentos de laboratorio. Los autores plantearon que las condiciones químicas de estos suelos , más alcalinas y ricas en carbonatos, podían degradar con mayor rapidez los biomarcadores del aceite de oliva , haciendo que el residuo resultante se pareciera al de una grasa animal. Hasta ahora, la mayoría de estudios no había considerado cómo la geología local podía alterar de manera decisiva la composición molecular conservada en las cerámicas.

Se muestra una muestra de cerámica tras la incubación, con una costra de tierra en su exterior.

El experimento que cambia la interpretación

Para comprobar su hipótesis, el equipo fabricó pequeños pellets cerámicos, los impregnó con aceite de oliva y los enterró en dos tipos de suelo: uno agrícola de Nueva York y otro calcáreo procedente de Chipre . Las muestras se incubaron a 50ºC durante varios meses para replicar procesos de degradación acelerada. Las imágenes de laboratorio muestran cómo las piezas quedaron cubiertas por costras de sedimento, reproduciendo con precisión las condiciones arqueológicas tras siglos de enterramiento.

Los resultados fueron claros . En el suelo calizo chipriota, los biomarcadores del aceite se degradaron con mucha más rapidez y, en ocasiones, perdieron algunos de sus compuestos característicos. El perfil químico resultante tendía a parecerse al de una grasa animal, lo que explica por qué estudios previos pudieron atribuir determinados residuos a productos cárnicos o lácteos. En cambio, en el suelo neoyorquino, más ácido y menos rico en carbonatos, la degradación fue sustancialmente menor, revelando hasta qué punto el entorno condiciona la supervivencia molecular de los residuos.

Décadas de interpretaciones en cuestión

Estas conclusiones tienen implicaciones profundas. Muchas vasijas mediterráneas atribuidas tradicionalmente al almacenamiento o procesamiento de aceite de oliva podrían haber contenido otros productos , o incluso aceites vegetales cuyos marcadores distintivos se hayan perdido por la acción del suelo . Esto afecta a reconstrucciones históricas de gran calado, desde la economía chipriota de la Edad del Bronce hasta la interpretación de rutas comerciales, prácticas religiosas o actividades domésticas. El estudio muestra que no basta con analizar el residuo: es necesario integrar el contexto ambiental.

El equipo de Cornell defiende que la arqueología química debe incorporar protocolos que contemplen el tipo de suelo en el que se recuperan las muestras y su impacto en la degradación molecular. Gerdes insiste en que esta línea de trabajo solo puede avanzar mediante colaboraciones multidisciplinares , y el equipo plantea crear un centro especializado que reúna arqueólogos, químicos e ingenieros. La investigación demuestra que, sin esta perspectiva, las conclusiones sobre la vida cotidiana en el Mediterráneo antiguo seguirán apoyándose en bases frágiles.