Anguila europea jack perks/Shutterstock

Los científicos tenemos información de sobra para saber que la crítica situación en la que se encuentran varias especies de anguila debe llevar a dejar de pescarlas, venderlas y comerlas. Sin embargo, la demanda de la anguila no para de crecer, en buena parte fomentada por el mercado del lujo, en el que el consumo de especies raras, y por ello caras, se convierte en una suerte de demostración de estatus. Las administraciones e instituciones con capacidad de actuar para proteger a las anguilas han sido siempre muy reticentes a hacerlo, y acaba de perderse una nueva oportunidad para ello en la última convención de las partes del convenio CITES.

Las anguilas del género Anguilla son un conjunto de 17 especies de peces muy parecidas entre sí. Todas esas especies se reproducen en el mar, cada una de ellas en una zona concreta, que solo en algunos casos conocemos con precisión. Tras nacer, migran a lejanos ríos y humedales para crecer. Más tarde, al alcanzar la madurez, vuelven a su lugar de nacimiento para reproducirse y morir.

Todas las anguilas europeas nacen en un lugar aún desconocido dentro del área que conocemos como Mar de los Sargazos, salida y destino de dos épicas migraciones de miles de kilómetros, las mayores entre todas las especies del género.

Mal estado de conservación

La mayor parte de las especies de anguila, por no decir todas ellas, tienen un mal estado de conservación, con declives poblacionales en los que la explotación comercial juega un papel fundamental, aunque pueda no ser su única causa.

La amenaza es mayor para las especies más intensamente explotadas: las anguilas europea (A. anguilla), japonesa (A. japonica) y americana (A. rostrata). El caso más extremo es el de la anguila europea, que se considera en peligro crítico de extinción (la máxima categoría de amenaza) desde 2008. Las especies japonesa y americana, al igual que la anguila de aleta larga de Nueva Zelanda (A. dieffenbachii), se consideran en peligro de extinción. Por dar contexto a las categorías de amenaza, estas cuatro especies de anguilas enfrentan un mayor riesgo de extinción que el lince ibérico o el panda gigante.

Frenar el comercio internacional

La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) es un tratado multilateral para la protección de especies amenazadas que son objeto de comercio internacional, estableciendo límites en función de su grado de amenaza. Para ello, las especies de interés se incluyen en diferentes apéndices.

El Apéndice I debe incluir “todas las especies amenazadas de extinción que están, o pueden estar, afectadas por el comercio”, mientras el Apéndice II agrupa especies que, si bien no están necesariamente amenazadas, podrían llegar a estarlo si su comercio no se regula de forma estricta. Este último contempla también la posibilidad de incluir especies que no están amenazadas, pero pueden confundirse en el formato en el que se comercialicen con especies de los apéndices I o II.

El comercio internacional de las especies del Apéndice I queda en la práctica prohibido (solo se autorizaría “en circunstancias excepcionales”), mientras con las especies del Apéndice II podría hacerse un comercio internacional, a condición de que una evaluación formal acredite que éste “no será perjudicial para su supervivencia”.

Actualmente, solo la anguila europea está amparada por la CITES, que la incluye en su Apéndice II. En la vigésima convención de las partes de CITES, celebrada en Samarcanda (Uzbekistán) a finales de noviembre, se discutió la propuesta de la Unión Europea y Honduras de incluir a todas las especies del género Anguilla en el Apéndice II, el que figuraba ya la anguila europea. Sin embargo, una amplia mayoría de las partes (más del 75 %) se opuso al cambio.

Una oportunidad perdida

Se pierde, así, una oportunidad de mejorar el pobre papel que juega la CITES en la conservación de las anguilas. Teniendo en cuenta la grave situación en la que se encuentran varias especies del género, la propuesta era incluso descafeinada. Podía haber sido más ambiciosa si, como sugirió la Comisión Europea, se hubiese incluido a la anguila europea en el Apéndice I. Pero ante la presión del sector económico que explota la anguila, la comision optó por una propuesta más ligera.

Esta presión se ejerce a través de una entidad llamada Sustainable Eel Group, que tiene en nómina a renombrados estudiosos de la anguila y desarrolla una intensa y efectiva actividad lobista en las instituciones europeas. El grupo se opuso a la propuesta de la Comisión, argumentando que si la anguila europea entrase en el Apéndice I de CITES “sería imposible su explotación comercial”.

Como científico, me parece sorprendente que ese cese de la explotación de una especie al borde de la extinción se vea como un problema. El abandono de la pesca y comercialización debería ser un objetivo prioritario para la conservación de la anguila europea.

El reto de proteger a las anguilas

En mi opinión, las especies más amenazadas del género Anguilla deberían estar incluidas en el Apéndice I de CITES. Al menos cuatro especies cumplen sin lugar a dudas los criterios para ello, por estar amenazadas de extinción y verse afectadas por el comercio internacional.

Además, la protección estricta de las especies más amenazadas debería complementarse con la inclusión de las restantes en el Apéndice II, por tener un estado de conservación desfavorable (ocurre en varios casos) o por la posibilidad de confundirlas con otras anguilas más amenazadas al comercializarse. Esto último es relevante porque todas las especies de anguilas sirven entre sí de sustitutos en el mercado, tanto al natural como en formas procesadas.

La protección de las anguilas es, por diferentes motivos, una tarea compleja. Por un lado, al ser especies migradoras, utilizan un gran número de hábitats, y necesitan que todos ellos estén en un estado ecológico aceptable. Por otro, las amenazas que se ciernen sobre las distintas especies de anguilas son diversas, incluyendo, además de la sobrepesca, la pérdida de hábitats por el efecto barrera de presas, la aparición de parásitos y otras especies invasoras, la contaminación y/o desaparición de sistemas acuáticos o el cambio climático.

Para complicar más el escenario, la mayoría de las especies de anguilas tienen amplias áreas de distribución que abarcan múltiples países, cada uno con sus marcos legales y sus prioridades de conservación.

Información de sobra para dejar de comer anguilas

Tenemos información de sobra para saber que tenemos que dejar de pescar, vender y comer anguilas. Y podemos hacerlo con un coste social pequeño y fácilmente compensable mediante una moratoria en su explotación comercial. La coordinación internacional es imprescindible para que la protección de las anguilas sea efectiva, pero existen pocos marcos en los que pueda cristalizar esa coordinación. La CITES parece una de las mejores opciones para que lo hiciera, pero lamentablemente sigue sin servir para ese fin. Mientras CITES se decide a dar el paso de proteger a las anguilas, la Comisión Europea tendría potestad para vedar la pesquería de la anguila europea, algo que su consejo asesor en materia de pesca le lleva pidiendo sin éxito desde hace años. Frenar el comercio legal de anguilas entre países dificultaría también el comercio ilegal, a menudo ligado a pesquerías legales, y tendría el potencial de reducir la demanda de estos amenazados animales.

Si no somos capaces de adoptar medidas urgentes y aparentemente sencillas, como las que llevarían a proteger las anguilas, ¿cómo decidiremos cambios tan ambiciosos como los necesarios para afrontar la emergencia climática?

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Miguel Clavero Pineda es investigador principal del proyecto CRAYMAP (PID2020-120026RB-I00), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, en el cuál se enmarca este trabajo