Donald Trump no sacrifi­cará Europa a Rusia. Entre otras cosas porque Putin no es el enemigo que se imagina en el futuro. La lógica de la guerra fría quedó atrás, en el siglo XX. Tan atrás que los planes que tiene para el Viejo Continente son ponerlo bajo su control y convertirlo en el patio trasero de los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Algo que choca frontalmente con la tesis europea de dotarse con una soberanía tecnológica y una autonomía estratégica.

Para entenderlo hay que ver a Trump como lo hace él en el espejo de sus declaraciones: como el Augusto que cabalga a lomos de una democracia aguerridamente autoritaria. Una república imperial con una doble misión. Por un lado, impedir que el milenario imperio chino sea otra vez el centro del mundo. Y, por otro, que los pueblos d

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