El reciente anuncio de que México podría imponer aranceles de hasta un 50 % a importaciones procedentes de China y otros países asiáticos sin tratados comerciales –afectando autos, textiles, acero, plásticos y más– ha generado amplio debate. A primera vista, la medida parece responder a un legítimo deseo: proteger industrias nacionales vulnerables, defender empleos y reducir la dependencia de importaciones baratas. Y sin duda hay un hilo de sentido en el llamado clásico del “argumento de la industria naciente”: permitir que sectores nacionales —que no tienen las economías de escala de sus competidores globales— crezcan en un ambiente protegido hasta volverse competitivos.
Sin embargo, esa protección no viene sin costos. Aumentar aranceles de un plumazo puede encarecer bienes d

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