A la nueva fiscal general del Estado, Teresa Peramato, nos la han presentado, con énfasis ceremonial, como “impecablemente progresista”. No independiente como Islandia, ecuánime como Salomón o rigurosa como Calvino, sino progresista. ¿Qué les voy a contar? Nunca he preguntado al fontanero su opinión sobre Trotski, ni al taxista si es más de Mélenchon o de Le Pen, y me doy por servido con que el primero conozca la diferencia entre una junta y una rosca y el segundo no me lleve al aeropuerto por la ronda Litoral. Ya me dirán si preguntarse si el médico es progresista no es muy parecido a exigir que el cocinero sea buena persona.
Pero no: la fiscal es progresista. Y, por lo que se ve, al ciudadano le toca estar satisfecho. Y además agradecido, como en aquel viejo chiste soviético en el que e

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