Una de las clásicas leyes de Murphy establece que “si uno sólo posee un martillo, es normal que todos los problemas le parezcan clavos”.

Quizás bajo tal lógica resulte más fácil entender porque al presidente Donald Trump le resultó posible suponer que la economía de Estados Unidos podía convertirse en un atractivo refugio proteccionista, con sólo administrar en forma caprichosa, arbitraria y enloquecida, como si fuera un juego electrónico, las subidas y bajadas de sus propios aranceles de importación. El problema es que los sueños de una siesta perversa no son eternos.

Por lo pronto, no es fácil determinar cómo vale la pena comprar, vender y captar inversiones, sin saber cuáles son las reglas de juego que generan prosperidad en la declinante primera potencia capitalista del planeta. Los

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