Denise Dresser (*)
El escenario fue ancestral: copal humeante, ministros arrodillados, suplicantes ante Quetzalcóatl para que inspire sus resoluciones. Así fue la ceremonia de toma de posesión de la nueva Suprema Corte.
Un rito de cercanía al pueblo, pero que inaugura una liturgia alejada del principio constitucional de la ciudadanía igualitaria, al margen de la etnia o la clase social o el color de piel. La nueva Corte apela al misticismo por encima de la legitimidad legal-racional. Escenifica inclusión mientras separa al pueblo del no-pueblo.
Hugo Aguilar Ortiz, el abogado mixteco y ahora presidente de la Corte, habló de transformar al tribunal en un espacio “pluricultural”, insistiendo en que su papel será “un tribunal no solo de derechos, sino de justicia al servicio del pueblo”. ¿P