El apartamento donde vivían no merecía ese nombre. Era, más bien, un cuchitril. Un cuarto de hotel de paga diaria sobre la avenida Caracas, en pleno centro de Bogotá . Allí dormían, comían y sobrevivían Valentina Taguado , su hermano menor y su madre. Apenas cabían los tres. No había cocina. No había muebles. El desayuno, el almuerzo y las poca cenas las preparaban en un microondas: incluso los fríjoles. Valentina recuerda con claridad que tenía ocho años. Era 1999. Afuera, el estruendo de las máquinas que abrían paso a la troncal de TransMilenio es el ruido de fondo de su infancia.
El lugar resultaba incómodo en todo sentido: estrecho, sofocante, sin espacio para la privacidad . Algunos meses, cuando el dinero no alcanzaba, la madre tenía que limpiar habitaciones para poder seguir m