Por: Carlos Pantoja
—Usted sabe que, si dice algo, le va mal, chino; además, nadie le va a creer a un culicagado. La gente no piensa eso de mí, pero, si usted abre la boca, ya sabe lo que le pasa.
Esas fueron las palabras que, como cadenas, mantenían aprisionado a un niño de ocho años y lo dejaban a merced de quien en ese momento era su “padre”; quien, en realidad, era una bestia sedienta de dolor y sufrimiento infantil. Los abusos y el miedo fueron acoplándose en la vida de Andrés, acumulándose para, en cualquier momento, explotar.
2001, el inicio del fin
“En la oscuridad de la noche, la inocencia grita en silencio, abusada y vulnerada; su luz interior se apaga lentamente…”
En una cancha de asfalto, ubicada en un barrio popular de Bogotá, resonaba la presencia de ocho niños de entre