El 31 de agosto de 1955 era un día frío y gris. Había amanecido con nubarrones que presagiaban un cielo de tragedia para los argentinos. El presidente Perón, empeñado en avanzar hacia lo que él llamaba “pacificación de los argentinos”, inesperadamente, y ante la tempestad creciente entre gobierno y oposición, ofrecía su retiro en una ambigua nota dirigida a la CGT y a las dos ramas del Partido Peronista. En ella sugería la posibilidad de dar un paso al costado, sin usar en ningún momento la palabra “renuncia”. En todo caso, y de acuerdo a las normas constitucionales, debería haberla enviado al Congreso.
Perón había ordenado a su poderoso aparato de prensa que la nota se difundiera a través de los diarios Democracia, abierto vocero de las prédicas oficiales, y La Prensa, de tradición o