El debilitado primer ministro británico, Keir Starmer, intenta que el presidente de Estados Unidos coopere con los europeos en Ucrania y Gaza, apadrine inversiones y rebaje aranceles a su país

Elon Musk vuelve a intoxicar la política británica con llamadas a la violencia en vísperas de la visita de Trump

Cuando agitó con sonrisa nerviosa la carta de su rey en el Despacho Oval en febrero, Keir Starmer insistió en que se trataba de una invitación “muy especial”, “histórica”, “sin precedentes”. Donald Trump iba a ser recibido por segunda vez en una visita muy ceremoniosa por un monarca en el Reino Unido, algo inédito para un presidente de Estados Unidos —sí ha sucedido con otros mandatarios, pero el primer ministro británico prefirió obviar ese detalle—.

Siete meses después, la cita con Trump tiene más tensión que celebración.

Este martes por la noche el presidente de Estados Unidos aterrizó en Londres con su esposa, Melania, después de un día difícil para el Gobierno de Starmer, cuyos ministros se han pasado tres horas en la Cámara de los Comunes contestando preguntas sobre el embajador británico en Washington, Peter Mandelson, despedido por su relación con Jeffrey Epstein, el empresario condenado por prostitución de menores y también amigo de Trump. La elección de Mandelson, cuyos lazos con Epstein ya eran conocidos, ha sido otro quebradero de cabeza para Starmer, cuyo criterio está siendo cuestionado por su propio partido, que podría hasta sustituirlo en los próximos meses.

Mientras Trump aterrizaba en Londres, un grupo de manifestantes proyectó sobre la fachada del castillo de Windsor -el palacio que va a acoger este miércoles el festejo- imágenes del ahora presidente de Estados Unidos junto a Epstein, el dibujo en el álbum de cumpleaños que lleva la firma de Trump y fragmentos de artículos de periódico sobre su relación. También había imagénes de Virginia Giuffre, la mujer que acusó de abuso al príncipe Andrés en las fiestas de Epstein.

Pero el fantasma de Epstein no es ni mucho menos el único espectro de fondo en los dos días de comilonas y reuniones de la “visita de Estado” (una expresión utilizada para subrayar su formalidad y que incluye a varias instituciones).

“Libertad de expresión” y protestas

Según los planes previos, Trump presionará a Starmer para que defienda “la libertad de expresión”, su manera de referirse a levantar las reglas y las leyes que castigan las falta de controles de las grandes plataformas tecnológicas estadounidenses, y las amenazas en redes sociales y en manifestaciones contra inmigrantes o clínicas que practican abortos (los casos citados por el Gobierno de Estados Unidos). Es un momento sensible para este asunto, unos días después de la manifestación de grupos ultra y xenófobos en Londres en la que se agredió a policías, un hombre llamó al asesinato de Starmer, y Elon Musk, el propietario de Tesla y X, pidió “luchar” para “disolver” el Parlamento y dijo que la violencia alcanzaría también a quien no se implique.

En la reunión con sus ministros este martes, Starmer dijo que las escenas de la manifestación habían dejado a muchos “en shock” y habían “dado escalofríos” a muchos británicos, sobre todo de minorías étnicas. “Estamos ante la batalla de nuestras vidas entre la renovación patriótica nacional y la división tóxica”, dijo el primer ministro unas horas antes de recibir a Trump.

El alcalde de Londres, el laborista Sadiq Khan, acusa en un artículo publicado este martes en The Guardian al presidente de Estados Unidos de instigar “las llamas de la política divisiva de extrema derecha en todo el mundo” y pidió a Starmer que defienda su ciudad de los ataques del republicano.

El presidente de Estados Unidos llega en medio de su ofensiva para perseguir a los críticos con el Gobierno en Estados Unidos después del asesinato del activista ultra Charlie Kirk, cuyo retrato también apareció en la protesta del sábado en Londres y cuyo nombre fue mencionado como supuesto ejemplo de la violencia de “la izquierda” si bien el caso sigue bajo investigación. Además, después de meses de amenazas, Trump acaba de presentar una querella por difamación pidiendo hasta 15.000 millones de dólares (más de 12.600 millones de euros) contra el New York Times, varios reporteros y la editorial Penguin Random House, que publicó una biografía sobre él y sus negocios en Nueva York, Lucky Loser.

La Primera Enmienda de la Constitución ha ofrecido durante décadas una protección amplia a la libertad de prensa mientras no haya mala intención y la información sea de interés público, pero la querella será una nueva prueba ante la justicia que puede llegar hasta el Tribunal Supremo, donde los jueces conservadores son ahora mayoría.

Desacuerdos sobre Ucrania y Gaza

Starmer intentará que Estados Unidos haga más para parar las guerras en Ucrania y Gaza, pero ambos gobiernos tienen visiones muy distintas.

El primer ministro británico lleva meses intentando sin éxito que Trump se comprometa a ayudar en una futura misión de paz y presione a Vladímir Putin con sanciones. Mientras el Reino Unido ha reforzado su participación para vigilar la seguridad del flanco oriental de Europa después de la incursión de drones rusos en Polonia, Trump ha cancelado programas de ayuda a los países bálticos y le ha quitado importancia a la violación del espacio aéreo de un aliado de la OTAN al definirlo como una mera “equivocación”.

Trump repitió este martes que “el problema” es que los países europeos siguen comprando gas y petróleo de Rusia y pareció distanciarse una vez más de cualquier negociación. En respuesta a una pregunta de una reportera ucraniana, dijo que le “encanta” Ucrania, pero que “está en graves aprietos”.

En la otra gran crisis internacional, el Reino Unido está a punto de reconocer a Palestina en coordinación con Francia en la Asamblea General de Naciones Unidas en lo que Trump ha llamado “premiar a Hamás”. El Gobierno de Starmer fue uno de los primeros en sancionar a dos ministros del gabinete de Benjamin Netanyahu por “incitar a la violencia” contra los palestinos y ha condenado la ofensiva en Gaza y el ataque contra Hamás en suelo de Qatar. En cambio, el secretario de Estado, Marco Rubio, se ha vuelto a comprometer hace unas horas a apoyar por completo la estrategia de Israel.

Aranceles e inversiones

En medio de buenas palabras para acercar a Trump a las negociaciones en Ucrania y en Gaza, Starmer también intentará rascar parte de los aranceles, que siguen pesando sobre la aislada economía británica pese a un acuerdo que en teoría suponía tratar mejor a los productos británicos que al resto de los europeos. El Reino Unido está especialmente interesado en rebajar el arancel para el acero y el aluminio, pero el intento de acuerdo fracasó horas antes de la llegada del presidente.

El Gobierno británico apenas ha conseguido detalles de un acuerdo anunciado en junio y espera alguna concesión concreta, por ejemplo el levantamiento del arancel para el güisqui de Escocia, donde nació la madre del presidente. Este martes, Trump dijo que podría ajustar “un poquito” la relación comercial con el Reino Unido.

Trump viene acompañado por empresarios de fondos de inversión y de grandes compañías de tecnología. El Gobierno de Starmer espera que den un empujón a la anémica economía británica, pero también se trata de acuerdos que ligan al Reino Unido más a Estados Unidos mientras otros gobiernos europeos intentan independizarse de un país de comportamiento cada vez más incierto.

Algunas empresas estadounidenses ya han anunciado nuevas inversiones en el Reino Unido, como Google y su nuevo centro de datos para la inteligencia artificial en Waltham Cross, un pueblo cerca de Londres. El Gobierno británico también ha asegurado que habrá inversiones por valor de más de 1.250 millones de libras (más de 1.400 millones de euros) por parte de bancos y otras instituciones financieras estadounidenses, como PayPal, Citibank, Bank of America y Standard & Poor’s, y, según la estimación oficial, se crearán 1.800 nuevos puestos de trabajo en Londres, Manchester, Edimburgo y Belfast. También se espera un acuerdo para el desarrollo o la reforma de centrales de energía nuclear en el Reino Unido.