La presencia de Robert Redford en el mundo de Hollywood es igual y distinta a la de quienes lo rodeaban. Porque habría de trabajar y ganarse la vida como actor allí. Y eso implica crear una imagen para ser reconocido. Tal cosa se repite hasta el infinito: ser famoso, muy famoso. Este espléndido artista no se negó a ello, ni cuando actuó ni cuando dirigió (pocas veces) de manera delicada y brillante. Pero detrás de lo circunstancial, lo acomodaticio, lo que lleva al dinero y a la preponderancia (como le ha ocurrido y ocurre a muchos, por ejemplo, el proceso continuado de venta de Marilyn Monroe) Robert Redford se erigió en persona singular y respetable y no cayó en la trampa de la ensoñación o de la destrucción. Fue un hombre público, en efecto; contó con méritos para ello; guapo, muy buen

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