La historia reciente del mundo ofrece una lección insistente: presidentes que parecían intocables terminan procesados y hasta encarcelados por corrupción .
Los vimos en Corea del Sur , en Francia , en Perú , en Brasil . El guion es predecible: mientras gobiernan, gozan de un blindaje construido con mayorías parlamentarias, fiscalías sometidas o pactos de conveniencia con sucesores dispuestos a preservar la continuidad. Al dejar el cargo, sin embargo, ese blindaje se resquebraja y la justicia finalmente los alcanza, a veces con años de retraso, pero con la contundencia de un recordatorio inevitable: el poder no es sinónimo de eternidad.
En México , la lógica es similar, aunque con un matiz alarmante: aquí la impunidad se ha vuelto regla, no excepción. Basta con mirar alr