El líder de la Francia Insumisa quiere que Macron adelante las elecciones y rechaza unas primarias para designar al candidato progresista. Está convencido de que se medirá con la ultraderecha, de cuyo auge culpa a la inacción de la socialdemocracia

Macron, bajo presión tras nombrar un primer ministro que no cambia la ecuación de la crisis política en Francia

Con Jean-Luc Mélenchon (Tánger, 1951) sirve de poco preparar un cuestionario para una entrevista. El interrogatorio comienza sin que te des cuenta tras el saludo al mencionar que va a estar en Madrid la semana que viene para presentar su nuevo libro '¡Ahora el pueblo! Hacia la revolución ciudadana', en el que expone su visión del nuevo orden mundial y en el que sostiene la necesidad de defender el derecho de los vivos, que incluye a los seres humanos, pero también de los ecosistemas. Pero la conversación también se centra en la situación política de una Francia que no estaba, hasta ahora, acostumbrada a la inestabilidad.

Apenas diez días después de que Emmanuel Macron haya tenido que nombrar un nuevo primer ministro, el líder de la France Insoumise exige la convocatoria de elecciones presidenciales para las que no ve sentido replicar el Nuevo Frente Popular que se impuso en las legislativas de 2024 y que ahora reconoce que está herido de muerte, aunque no descarta que haya un acuerdo de las fuerzas progresistas, entre ellas la izquierda que lidera.

Viene la semana que viene a Madrid...

Estamos terminando los preparativos. Me gustaría ver a mucha gente. Y también al presidente, Pedro Sánchez. Para mí es una persona interesante y fuerte. No debió de ser sencillo apartarse en la foto de la OTAN y luego tomar sus decisiones sobre Palestina. Eso me impresiona mucho.

Entiendo que a quien sí verá será a Yolanda Díaz y a los líderes de Podemos.

Sí, son amigos y debemos estar siempre en contacto los unos con los otros. No me meto en decidir entre ellos. Ambos son amigos personales, Pablo [Iglesias] desde hace mucho tiempo, y para mí los lazos de amistad son importantes.

¿Su recomendación a la izquierda española es que vaya unida a las elecciones?

¿Quién soy yo para dar consejos? Lo que digo a cada cual es: si eres de izquierda, ¡entonces sé de izquierda!

¿Cuál es su receta? Dice en el libro que cada vez somos más millones de personas en el mundo y que “el capitalismo productivista es incompatible con la supervivencia de la especie humana”, ¿no es un poco pesimista?

Sí, hay de que serlo… El capitalismo es una forma de organización con una larga historia, no siempre ha sido el mismo. En el momento que vivimos, lo que nos hace pesimistas es que es capaz de desarrollarse sobre los desastres que provoca. Por ejemplo, mata a las abejas y nos dice: “No se preocupen, tenemos una pequeña máquina que trabaja día y noche y hace el trabajo mejor que las abejas”. Y eso es lo más peligroso. Pero los seres humanos siempre somos capaces de abrir otros caminos, y eso es lo que vamos a hacer, como siempre. Pero para ello hay que cambiar el modo de producción, los objetivos y las formas de actuar.

¿Y cómo se cambia ese sistema?

No es lo más difícil. Su funcionamiento limitado al corto plazo es una caricatura. No da importancia al largo plazo. Nosotros debemos hacer lo contrario, darle la prioridad. Por ejemplo con “la regla verde”: nunca hay que tomar de la naturaleza más de lo que puede reconstituir. Hay que sincronizar los ciclos de la producción y los de la naturaleza. En el libro doy un ejemplo: hacen falta cuatro segundos para fabricar una bolsa de plástico y cuatro siglos para disolverla. Organizar la coincidencia de los ritmos entre lo vivo y la producción es nuestro gran asunto.

Y luego vemos surgir cuestiones graves. En la práctica política, por ejemplo, decimos que queremos relanzar la economía, aumentar el poder adquisitivo para que aumente el consumo… pero ¿consumir qué? ¿Y fabricar qué? Si es para fabricar como antes, nos volveríamos productivistas. Por tanto, no es posible reformar solo un segmento de la producción, hay que abordarla en su conjunto. Hay que planificar el cambio ecológico. Habrá que producir ciertas cosas en lugar de otras. Es un desafío muy movilizador. Creo que tenemos el deber de ser optimistas, de actuar.

¿Es posible ese cambio con el actual orden mundial o con el nuevo que está emergiendo?

Sí, hay que empezar, ahí está lo más difícil. Pero miren cómo nació la Revolución Francesa: el mundo entero estaba hecho de reyes y reinas, y no existía ni una sola república ciudadana. Ese pueblo lo hizo y luego, al proclamar principios universales, cada uno en el mundo se preocupó por cómo se podían aplicar en su propio país. Pienso que la próxima revolución que vamos a conocer será una revolución ciudadana, es decir, el poder del pueblo vigilando y controlando. Y lo segundo es que la vamos a hacer según un nuevo principio universal: el derecho de lo vivo, no solo de los seres humanos, de su ecosistema, sino también de todo lo que vive… Ese será el hilo conductor universalista.

Europa ya no es la referencia en materia de derechos humanos universales

Es optimista con la posibilidad de que haya una revolución ciudadana mientras el mundo sigue mirando hacia otro lado con lo que está sucediendo en Gaza. ¿Lo considera un genocidio?

El caso palestino es una terrible ilustración del fracaso del llamado “Occidente”, que da lecciones de derechos universales al mundo entero, salvo en el caso de Palestina, donde se puede cometer un genocidio sin límite. Por eso el papel de España es tan importante hoy. Puede parecer una actitud aislada, pero es un testigo del derecho universal. Los españoles dicen algo que habla a cada conciencia humana. El caso palestino es, ante todo, un crimen, pero también es el fracaso de toda una época. Europa ya no es la referencia en materia de derechos humanos universales. Es una situación terrible porque destruye un orden de creencias, un orden de referencias. Los seres humanos vivimos con referencias morales, culturales, a menudo universales, y cuando eso se destruye, la propia comunidad humana es la que se pone en cuestión.

La gente ordinaria se pregunta: “¿Por qué ayudan de esta manera a Netanyahu?”. Las movilizaciones de los pueblos en toda Europa en favor de los palestinos son importantes, porque la gente se identifica con los palestinos como a seres humanos sin ningún derecho.

La revolución ciudadana es una idea que hemos tomado prestada de América Latina. Cuando el pueblo hace la revolución ciudadana, empieza diciendo: “El pueblo somos nosotros. ¿Y por qué no se ocupan de nosotros?”. Luego dice a quienes están en el poder: “Pero ustedes, ¿qué hacen ahí? No son capaces de ocuparse de lo mínimo para nosotros. Váyanse todos”. Y entran en una fase constituyente.

¿Le preocupa que ese sentimiento de orfandad lleve a la ultraderecha a hacerse con la revolución ciudadana?

Hay que comprometerse, ese es el principio mismo de un proceso revolucionario pacífico. Sí, puede pasar, que el proceso revolucionario disloque las instituciones y que gane la extrema derecha. Pero ¿cuál es la propuesta de la extrema derecha? El racismo. Punto final. No creo que existan hoy pueblos capaces de querer que su patria se identifique con una política semejante. ¿Pero qué hacer? ¿Quedarse en casa callados para que nadie tenga miedo? No, al contrario. Hay que ser más que nunca ciudadanos: intervenir, dar su punto de vista, explicar, demostrar. Necesitamos que las sociedades se movilicen o se comprometan, y al final, que pase lo que tenga que pasar.

La revuelta contra la situación de los palestinos y la identificación con ellos como pueblo oprimido ha sido un poderoso factor de movilización popular

Pero ahora estamos viendo un auge de la extrema derecha en muchos países, ¿por qué la izquierda no atrae a esos votantes?

Nuestros pueblos han cambiado y cada caso nacional es distinto. La izquierda tradicional es culpable porque gozaba de una ventaja extraordinaria en los años 70 y 80, con un gran poder de los partidos socialdemócratas. ¿Qué hicieron? ¿Cambiar la vida de la gente? No, al contrario. Estaban tan convencidos de que el socialismo democrático solo tenía posibilidades dentro de la dinámica del capitalismo que fueron los primeros en abrir los mercados, en hacer bajar el precio del trabajo, en ampliar el espacio para las empresas privadas, en desmantelar los servicios públicos… Por eso una gran masa de gente se apartó de ellos, sin saber qué hacer.