El caso del joven inmigrante marroquí que violó a una niña de 14 años en el distrito madrileño de Hortaleza es paradigmático y sirve, en consecuencia, para reflexionar sobre la inmigración ilegal, pues su estancia en España está trufada de episodios vinculados, en mayor o menor medida, con la violencia y la delincuencia . Estamos ante un delincuente reincidente que era un okupa en San Sebastián, desde donde fue trasladado por una ONG para «apartarle del ambiente delincuencial» en que se movía en la ciudad donostiarra. Parece evidente que no se le apartó de la violencia, sino que trasladó su violencia de una ciudad a otra.

Por muy loable que fuera la intención de la ONG lo que no admite duda alguna es que alguien como este joven delincuente no puede quedar bajo control de una ONG que le pagó el viaje de autobús hasta la capital de España, donde terminó ingresado en un centro de acogida. El control policial es indispensable y el seguimiento de quien, como en este caso, tenía antecedentes, absolutamente necesario, pero el sistema falla porque los procedimientos burocráticos son un laberinto de trámites que benefician al delincuente.

Mohamed, nada más llegar a Madrid, se convirtió en un conocido habitual de los policías de la comisaría de Hortaleza que patrullan en los alrededores del centro y de los agentes del GRUME . Su hostilidad hacia los agentes era evidente, tanto como que la Policía sabía que el mena usaba tres identidades falsas diferentes con asiduidad. Parece evidente que el sistema no funciona, porque si un inmigrante ilegal, menor de edad en este caso, con antecedentes delictivos, no puede ser expulsado hasta la comisión de un delito grave -como desgraciadamente ocurrió con la violación de la niña- se asume como país un riesgo palmario.

Decir esto no es racista, sino realista, porque no se trata de estigmatizar a los inmigrantes irregulares por el hecho de serlo, sino de subrayar que hay inmigrantes ilegales que arrastran un historial delictivo que representa un problema de seguridad pública evidente. El caso que nos ocupa sirve de ejemplo, pero el papanatismo migratorio de la izquierda juega a favor de delincuentes violentos como este.