El único recuerdo que tiene Daniel de su madre es verla atada con cadenas a una cama, castigo impuesto por su propio padre. Cuando la mujer era liberada, desquitaba su rabia con él y con sus hermanas. Una vez, siendo apenas unos niños de cuatro, cinco y seis años, los arrojó desde un barranco. Daniel quedó con el rostro cubierto de sangre y nadie atendió su herida. Su tragedia salió a la luz en marzo de 2004, cuando el personero municipal lo encontró junto a sus hermanas caminando en evidente estado de abandono por una calle polvorienta en el norte del país.
El rescate prometía un nuevo comienzo, pero para Daniel nunca lo fue. Su vida ha estado marcada por la discapacidad y el abandono, y ahora la Corte Constitucional, a sus 27 años, le ordenó al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar