La guerra en Gaza ha dejado decenas de miles de muertos y una sociedad devastada. Dos años después del inicio del conflicto, la comunidad internacional busca una salida que reduzca la violencia y alivie la crisis humanitaria.

En este contexto, Donald Trump y Benjamín Netanyahu han presentado un plan de veinte puntos que pretenden que sea una hoja de ruta hacia la paz. Ha sorprendido el respaldo obtenido por la propuesta: desde potencias occidentales y Rusia hasta varios Estados árabes y musulmanes. Pero la pregunta central sigue abierta: ¿se trata de una oportunidad real para un acuerdo duradero?

Liberación de rehenes y gobierno de Gaza

El texto arranca con un intercambio inmediato de rehenes y prisioneros. Tras la aceptación del plan, Hamás debería entregar a los últimos rehenes en su poder en un plazo de 72 horas. A cambio, Israel liberaría a más de 1 700 detenidos y 250 condenados a cadena perpetua. Ese primer movimiento funcionaría como el gesto inicial para un alto el fuego. Una vez liberados los rehenes, comenzaría el suministro masivo de ayuda humanitaria, con alimentos, medicinas, agua y electricidad.

Tras esa fase, el plan fija un cambio en la administración de Gaza. La propuesta establece un comité tecnócrata palestino, supervisado por un organismo internacional («Junta de la Paz») encabezado por Trump e integrado, entre otros, por el ex primer ministro británico Tony Blair.

Ese organismo tendría la misión de gestionar los servicios básicos, atraer inversiones y sentar las bases para la reconstrucción. La idea es que, en lugar de instituciones vinculadas a facciones políticas, el enclave sea administrado de forma interina por expertos y supervisores externos.

Seguridad y economía

El plan incluye la desmilitarización completa de Gaza. Bajo la vigilancia de observadores internacionales, se prevé la destrucción de túneles, depósitos de armas y fábricas de municiones. Paralelamente, se crearía una fuerza internacional de estabilización en la que participarían países árabes y estaría coordinada por Israel y Egipto.

Su función sería entrenar a las fuerzas locales de seguridad y garantizar que el territorio no vuelva a convertirse en foco de enfrentamientos armados. Es una fórmula semejante a la desplegada en otras zonas en conflicto, como Líbano tras los acuerdos de 2006, aunque en este caso bajo la supervisión de Estados Unidos y no de la ONU.

Uno de los elementos más llamativos del plan es el componente económico. Trump lo ha presentado como un «plan de desarrollo» que imagina Gaza convertida en un espacio de prosperidad, con proyectos urbanísticos, nuevas infraestructuras y un entorno apto para la inversión.

El texto incluso menciona la posibilidad de una zona económica especial, con condiciones comerciales preferenciales. La narrativa recuerda, aunque con situaciones bastante distintas, a otras transformaciones urbanas rápidas en Oriente Medio, desde Dubái hasta ciudades planificadas en Arabia Saudí. La promesa implícita es que la paz llegaría acompañada de empleos, crecimiento y oportunidades para la población local.

Leer más: Israel ha invadido Líbano seis veces en los últimos 50 años

Más allá de los dos Estados: una cuestión geopolítica

El documento también reconoce, de forma condicional, la aspiración palestina a tener su propio Estado. Ese punto figura hacia el final del plan y aparece formulado como un horizonte posible si se cumplen reformas institucionales en la Autoridad Nacional Palestina y se garantiza la estabilidad en la región.

Aunque no hay plazos ni compromisos concretos, el simple reconocimiento de esa aspiración conecta de alguna manera con la agenda internacional, que sigue defendiendo mayoritariamente la solución de los dos Estados.

Leer más: Israel-Palestina: la solución de los dos Estados

La propuesta ha recibido el apoyo de Estados árabes clave, como Arabia Saudí, Egipto o Turquía, y de la Unión Europea, Rusia y China, entre otros países.

La iniciativa representa una oportunidad de reducir la violencia y de evitar que el conflicto siga desestabilizando la región. Desde una perspectiva geopolítica, el plan reafirma a Estados Unidos como mediador central y otorga a Israel un marco internacional que respalda su seguridad. Al mismo tiempo, permite a los países árabes implicarse en la fase de reconstrucción y presentarse como garantes de estabilidad.

Lo que queda por aclarar

No obstante, el texto deja abiertas varias incógnitas. No se detalla con precisión el calendario de retirada de las fuerzas israelíes, lo que introduce incertidumbre sobre la transición. El organismo internacional que supervisaría Gaza [estaría presidido por un jefe de Estado extranjero], un elemento a tomar en cuenta en la gestión de un territorio en disputa, y que seguramente generará críticas.

Además, la promesa de desarrollo económico enfrenta el desafío de aplicarse en un contexto social marcado por la destrucción, los desplazamientos masivos y las profundas fracturas políticas de estos dos años de ataques.

El plan combina medidas inmediatas, como el intercambio de rehenes y prisioneros, con metas de largo plazo, como la autodeterminación palestina. Esa mezcla de urgencia y horizonte lejano refleja la complejidad del conflicto. Se asemeja a tender un puente sobre un río caudaloso: los primeros tablones buscan estabilizar la estructura, mientras que el tramo final, más ambicioso, depende de que los pilares iniciales resistan.

¿Una estabilidad suficiente?

El desenlace aún es incierto. Si el plan avanza, marcará un punto de inflexión en la región. Si se bloquea, existe el riesgo de que la guerra retome toda su intensidad.

Lo que resulta evidente es que el documento ya se ha convertido en referencia obligada para medir la diplomacia internacional en Oriente Medio. Para una población exhausta, tras dos años de sufrimiento, la propuesta abre al menos la expectativa de un alto el fuego inmediato y de un respiro humanitario.

El reto será transformar esa expectativa en un proceso político con estabilidad suficiente para sostener la paz.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

Lee mas:

Armando Alvares Garcia Júnior no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.