No la caguen, apártense y permitan que los movimientos sociales y los jóvenes acierten o se equivoquen, que construyan desde abajo, pero que lo hagan solos. Sean inteligentes y no tengan prisa. Toda la izquierda saldrá ganando permitiendo que ganen espacio al margen de los partidos
Se ha prendido una llama en la izquierda. De todos depende no apagarla. Gaza está politizando a los jóvenes en un sentido humanista y solidario contrario al elemento reaccionario e individualista que estaba ganando espacio en la juventud. Los universitarios están teniendo su “No a la guerra”, y de esos hitos de socialización política progresista crece la simiente del futuro de la izquierda. No les molesten, no coopten su espacio, déjenlos crecer y canalizar su impotencia como crean conveniente y acompañando sin espantarlos con proclamas partidistas. Es su momento. Escuchen y liberen camino.
El evento internacionalista que se está dando con las protestas contra el genocidio en Gaza a lo largo de todo el mundo representa una ventana de oportunidad para metabolizar la acción pro derechos humanos en un momento de reacción ultra y darle sentido político a la izquierda. Las dinámicas se han de aprovechar, y la manera en la que los partidos institucionales han de hacerlo no es intentar capitalizarlas, sino respetar los tiempos de la sociedad civil, acompañarlas, y cabalgar la ola sin instrumentalizarlas. No la caguen, apártense y permitan que los movimientos sociales y los jóvenes acierten o se equivoquen, que construyan desde abajo, pero que lo hagan solos. Sean inteligentes y no tengan prisa. Toda la izquierda saldrá ganando permitiendo que ganen espacio al margen de los partidos.
La presión de la opinión pública es lo único que puede variar de forma mínima el genocidio en Gaza a través de hacer lesivo a los gobiernos europeos la inacción contra Israel. Ninguna acción por sí misma, incluyendo la de la flotilla, tiene capacidad para movilizar a tanta gente por toda Europa y el mundo. El desprecio que mucha gente ha mostrado contra quienes se embarcan en una acción activista para dar visibilidad al genocidio y que la presión no decaiga solo muestra la miseria moral de quien nunca jamás hará nada más que por sí mismo, sin contar que el desprecio a esa acción es una muestra supina de ignorancia al no evaluar el peligro que tiene replicar una acción que en 2010 costó la vida de 9 activistas por la acción criminal de Israel. El poder del activismo de la sociedad civil nunca podrá ser replicado desde la institucionalidad.
La gente joven progresista, contrapuesta a la juventud ultra, ha encontrado un clivaje político para mostrar su impotencia y dar salida a sus inquietudes morales y políticas en un evento alejado de las dinámicas de confrontación partidista. Una causa menos frustrante que las polémicas internas y alejada de la desesperanza de la representación de los partidos institucionales que no son capaces de ofrecerles solución. Las protestas contra el genocidio en Gaza son un elemento aglutinador que permite socializar en comunidad sin disputas partidarias en un momento en el que la izquierda institucional se ha quedado vieja y solo mira por sus luchas internas.
Las causas universales, de protesta subrogada en favor de quienes no pueden hacerlo, de carácter moral, permiten a quienes participan de ellas sentirse parte de un cuerpo común que vehicula las emociones y conforma su cultura política desde un espacio identitario colectivo y compartido globalmente. Llevar hoy una kuffiya, un pin de una sandía o una pulsera con la bandera palestina permite identificarse entre similares, reconocer a los propios y construir una identidad colectiva de valores sobre los que edificar su ideología. Es un símbolo emocional superior sobre el que construir la razón.
Estos dos años de masacre en tiempo real en Gaza se han visto acompañados de un desencanto con la izquierda institucional que les impedía sentirse cercanos a las propuestas existentes y les expulsaba para acompañarlos en sus reivindicaciones. Las movilizaciones en favor de Palestina son un calambre que puede resucitar las ideas progresistas y revivir la moribunda acción política de la izquierda en un momento en el que el pulso ultra hacía imposible escuchar voces de esperanza. Puede que suene voluntarista o sea fruto de un anhelo más que de un análisis racional, pero ver a la juventud tomando las calles por una causa que no les concierne individualmente es el mayor logro de la izquierda en la última década. Resistir al empuje egoísta de la extrema derecha es un acto partisano de resistencia, y las movilizaciones a favor de quienes sufren a miles de kilómetros son la chispa emocional que todos necesitábamos.