Las redes clandestinas quedaron prácticamente inoperativas por el cierre de fronteras durante la pandemia de COVID-19 y ahora se ven amenazadas por la política de mano dura de Corea del Sur

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Cuando Park Seung-hwan (nombre ficticio) tiene un momento para sí mismo, abre Google Earth y busca su casa familiar. Con este gesto, este hombre de 30 años comprueba que su familia ha podido reparar el tejado y que los cultivos crecen, lo que es una prueba tangible de que el dinero que envió a casa ha llegado correctamente.

Park explica que enviar dinero era “la forma más sencilla” de sentirse conectado con su familia. Añade que le preocupa que, sin estas remesas, su hermano pueda ser reclutado y enviado a luchar a Rusia, ya que su familia no tendrá suficiente dinero para pagar los sobornos y que el chico se libre de que lo llamen a filas.

Park huyó de Corea del Norte en 2012 y ahora vive en Seúl, en Corea del Sur. El dinero que enviaba recorría una de las rutas financieras más peligrosas del mundo y dependía de una red clandestina que quedó prácticamente inoperativa por el cierre de las fronteras debido a la pandemia de COVID-19. En un contexto de mano dura sin precedentes por parte de Corea del Sur contra estas operaciones financieras y el peligro de caer en estafas, Park lleva dos años sin poder enviar nada.

A medida que aumentaban los norcoreanos que huían de China a Corea del Sur, aumentó el número de personas que querían enviar dinero a sus familias

La entrega de las remesas se realiza en varios pasos. Primero, los fugitivos norcoreanos en Corea del Sur entregan el dinero a intermediarios, a menudo compañeros desertores, que convierten los wones surcoreanos en moneda china. A continuación, los fondos pasan por intermediarios chinos antes de ser introducidos de contrabando a través de la frontera con Corea del Norte, donde los intermediarios se encargan de la entrega. La comunicación se realiza a través de teléfonos chinos que funcionan cerca de la frontera, y las familias a veces envían vídeos en los que se les ve contando el dinero para confirmar su recepción.

“A medida que aumentaban los norcoreanos que huían de China a Corea del Sur, aumentó el número de personas que querían enviar dinero a sus familias”, explica Ju Su-yeon, quien, junto con su marido, afirma haber ayudado a facilitar la huida de más de 2.500 norcoreanos y, posteriormente, haber coordinado el envío de remesas de muchas familias.

Una encuesta realizada por el Centro de Datos para los Derechos Humanos de Corea del Norte (NKDB) a 362 desertores puso de manifiesto que el 40% había enviado dinero a Corea del Norte en los cinco años anteriores. Ju estima que solo alrededor del 60% del dinero llega a las familias, después de descontar las comisiones y los sobornos.

Park, que ahora trabaja en el sector de los medios de comunicación, solía enviar entre dos y tres millones de wones (entre 1.200 y 1.900 euros) en cada envío, lo que, según él, era suficiente para que la familia “tuviera arroz blanco durante todo un año, lo que en Corea del Norte es la máxima expresión de privilegio y estabilidad”.

De su etapa universitaria, cuenta que cree que probó “todo tipo de trabajos a tiempo parcial”. “Todo el dinero extra que tenía lo ahorraba para enviárselo a mi familia. Eso a menudo significaba dormir poco y esforzarme por concentrarme en mis estudios”, explica.

Adiós a las rutas históricas

Después de años haciendo la vista gorda, la policía surcoreana comenzó a investigar las redes en 2023. De hecho, en muchos casos las autoridades comenzaron a investigar cuando los agentes de protección policial asignados a los desertores se percataron de que estos enviaban dinero. Lo que comenzó como investigaciones de seguridad nacional se convirtió en procesos por delitos financieros (cuando no se encontraron pruebas de espionaje).

Las empresas de cambio de divisas deben registrarse ante el Gobierno, según la legislación surcoreana, lo que sigue siendo imposible para las remesas de Corea del Norte, ya que no existen canales legales entre dos países que técnicamente están en guerra.

Al menos 10 personas presuntamente implicadas en facilitar estas transferencias han sido investigadas, y al menos tres han ido a juicio actualmente por violar las leyes de cambio de divisas. Aunque, según algunas informaciones, la policía ha dejado de iniciar nuevas investigaciones, los tribunales siguen dictando sentencias condenatorias en los casos en curso.

“Cerca del 70% de las rutas y la red que teníamos para enviar las remesas ya no existen”, afirma Ju. “Será muy difícil, casi imposible, reconstruir y recuperar esa red”, prevé.

Por otro lado, las estafas son habituales y Park lleva uno o dos años sin poder enviar dinero, desde que sus intermediarios de confianza dejaron de trabajar. “Me preocupa que, si utilizo una nueva red, me estafen”, recela.

Impulso para una solución legal

Conscientes de la crisis, algunos políticos han propuesto cambios legislativos. El legislador del partido opositor People Power Ihn Yo-han está preparando un proyecto de ley para legalizar las remesas a pequeña escala con fines humanitarios, según informaciones de prensa.

Un funcionario del Ministerio de Unificación ha reconocido las limitaciones de la ley y ha indicado que esta situación “debe abordarse teniendo muy en cuenta tanto el cumplimiento de la Ley de Transacciones de Divisas como el aspecto humanitario de apoyar el sustento de las familias [de los desertores]”.

Enviar remesas es mi forma de aliviar la culpa y seguir cuidando de mi familia, aunque sea desde la distancia

Para las personas que han dedicado su vida a esta labor, esta situación tiene implicaciones mucho más profundas. Con las relaciones intercoreanas en su peor momento en años, las redes informales de remesas representan una de las pocas ventanas que quedan para conocer la vida cotidiana en Corea del Norte, y los servicios de inteligencia surcoreanos llevan mucho tiempo dependiendo de la información que fluye de forma natural a través de estas conexiones.

“Nos utilizan cada vez que cambia el Gobierno en Corea del Sur”, afirma Ju. “El hecho de que consideremos Corea del Norte nuestro hogar no significa que puedan tratarnos como espías cuando les conviene políticamente”, critica.

Para Park, lo que está en juego es algo muy personal. Se ha casado recientemente, y su familia todavía no lo sabe. Espera encontrar una forma de enviar dinero y dar la buena noticia para las tradicionales vacaciones coreanas de otoño: “Los primeros años después de llegar a Corea del Sur viví con una culpa abrumadora por haberlos dejado atrás. Enviar remesas es mi forma de aliviar esa culpa y seguir cuidando de ellos, aunque sea desde la distancia”.

Traducción de Emma Reverter