Por: Ellen Barry
En la época de la pandemia, empecé a notar que algo sucedía en mi círculo social. A una amiga íntima, que entonces rondaba los 50 años, le diagnosticaron trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Lo describió como un profundo alivio, que la liberaba de años de sentirse culpable: por no cumplir plazos y perder recibos, pero también por cosas más profundas y complicadas, como su sensibilidad a la injusticia.
Desde entonces, he escuchado relatos de personas que recibieron diagnósticos de trastorno alimentario compulsivo, trastorno de estrés postraumático o ansiedad. Casi todos dijeron que el diagnóstico los alivió. A veces conducía a un tratamiento eficaz. Pero a veces parecía que los ayudaba el simple hecho de identificar el problema y ponerle nombre.
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