En los calurosos pastizales de Pará, los vaqueros colocan brillantes aretes de identificación en el ganado inquieto, mientras la industria cárnica brasileña, valuada en miles de millones de dólares, enfrenta un momento de verdad. Los compradores globales exigen ahora pruebas de que los filetes no provienen de bosques talados. La trazabilidad podría ser su salvación… o su última advertencia.

Una etiqueta para cada vaca, un ajuste de cuentas para el rebaño

En el rancho de Reginaldo Rocha, en Pará, las reses braman en el corral mientras destellan etiquetas amarillas y azules entre el polvo. “Solo me quedan 200 —tengan paciencia—”, dijo el ranchero de 59 años a la agencia EFE, inclinando su sombrero contra el sol del mediodía. Está orgulloso de la vida que ha labrado en el borde del bosque d

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