“Si comprender es imposible, recordar es necesario, porque ocurrió una vez y puede volver a ocurrir”, dijo Primo Levi, superviviente de Auschwitz. Ha vuelto a ocurrir, ahora con otra comunidad como víctima, y algunos no pensamos olvidarlo

Un besaculos para Trump

Albert Camus decía que su generación aprendió en la Guerra Civil española que se puede tener razón y, sin embargo, ser derrotado. Así es, conseguir o no el triunfo depende con frecuencia más de la correlación material de fuerzas que de la justicia de una causa. La causa de los defensores de la Segunda República era justa, pero el franquismo y sus aliados nacionales e internacionales eran mucho más poderosos. Así de dura es la vida en este valle de lágrimas.

Pero, bueno, lo que nadie puede arrebatarnos ni a usted ni a mí es la conciencia moral y la memoria. Nuestra conciencia, por ejemplo, nos hace repeler esa banalización del mal que propugna el PP al decir que la mentira no es ilegal y justificar así los embustes de Miguel Ángel Rodríguez (MAR). Quizá no siempre sea delito, aunque me parece que la calumnia sigue siéndolo, pero el periodismo, la justicia y, en general, la vida civilizada no pueden considerar a la mentira igual de valiosa que la verdad. Así es como la mayoría hemos educado a nuestros hijos.

Tampoco pueden privarnos de la memoria, si nos esforzamos en conservarla. Ya lo dice la canción: “Solo le pido a Dios que el engaño no me sea indiferente; si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”. Yo, desde luego, no pienso olvidar lo sufrido por los gazatíes en los últimos dos años ni la tragedia que se abate sobre todos los palestinos en las últimas ocho décadas.

Nos espera en los próximos días, semanas y meses una catarata de espectáculos mediáticos como el visto el lunes en Sharm el-Sheij. Se presentará un precario alto el fuego como la excelsa y eterna paz de Abraham. Se intentarán borrar del disco duro colectivo el cerco, los bombardeos y la hambruna que hemos visto en nuestros televisores. Se proclamará que la historia de Oriente Próximo comienza con la llegada de Trump a la Casa Blanca y que todo lo anterior es tan solo prehistoria.

¿La limpieza étnica sistemática en los territorios del antiguo Mandato Británico en Palestina? ¿El genocidio de 2023-25 en Gaza? ¿El desprecio de Israel a la legalidad internacional? Quia, pelillos a la mar, amigos. Nada comparable al brillante futuro que el mundo entero tiene por delante: la ampliación del Estado hebreo hasta el río Jordán y la conversión de Gaza en un balneario de cinco estrellas. ¡Bienvenidos al casino de Trump! Faites vos jeux, mesdames et messieurs! Rien ne va plus!

Si Hitler, siguiendo el consejo de sus generales, hubiera negociado con los Aliados un cese de las hostilidades antes del desembarco en Normandía, ¿habría olvidado y perdonado la humanidad sus invasiones en Europa y el Holocausto de los judíos? ¿Le habría sido concedido al Führer el Premio Nobel de la Paz? ¿Acaso la no continuidad de los crímenes sirve para expiar los ya cometidos? Preguntas retóricas, ya lo sé. La Historia la escriben los ganadores.

Le reconozco a Trump el mérito de decir claramente lo que piensa. Así lo hizo el martes en la Knéset: “Israel, con nuestra ayuda, ha ganado todo lo que se puede lograr por la fuerza de las armas”. Pues sí. Gaza está arrasada, los palestinos aterrorizados y Hamás derrotado. Los telespectadores desean olvidar la pesadilla y los inversores se aprestan a construir un nuevo Dubái.

No cabía otro final, la correlación de fuerzas es la que es. Israel cuenta con unas Fuerzas Armadas y unos servicios de inteligencia colosales, amén del beneplácito de la poderosa comunidad judía global y ese primo de Zumosol que son los Estados Unidos de América. Sin olvidar, por supuesto, la contribución de esa cobardía y esa hipocresía tan bien ancladas en la vetusta Europa. Al otro lado, ¿qué hay? Un pueblo pobre y desesperado y unos cuantos millones de ciudadanos de todo el planeta que aún conservan esa antigualla llamada conciencia moral.

¿Se irán de rositas Netanyahu, sus ministros ultras y sus generales desalmados? Probablemente. ¿Sufrirá algún inconveniente esa mayoría de la población israelí a la que hasta le parecía poco lo que hacían sus soldados con los gazatíes? Lo dudo mucho. ¿Avanzará la solución más razonable y consensuada internacionalmente: los dos Estados en las fronteras anteriores a 1967? No parece que las cosas vayan en esa dirección. ¿Se impondrá, pues, la existencia de un solo Estado con plenitud de derechos civiles para todos sus habitantes, la fórmula que terminó con el apartheid en Sudáfrica? No lo creo, supondría el fin del fundamento étnico-religioso de Israel. ¿Seguirán con su matraca sobre la ejemplar “democracia” israelí los papagayos de siempre? Sin duda, saben quién es el amo.

No puedo efectuarle el menor reproche a los palestinos que se han alegrado por el alto el fuego de Trump. Salvar la propia vida y la de tus padres, hermanos e hijos es el principal imperativo ante una agresión salvaje. La lucha por la libertad, la justicia y la dignidad necesita que estés vivo en primer lugar. De derrota en derrota, los palestinos han aprendido que sobrevivir es su forma de ganar.

A los demás, a los que no somos palestinos pero sentimos su dolor, nos queda, ya lo dije, la conciencia moral y la memoria. Tras la derrota de Hitler, el mundo civilizado proclamó la necesidad de un recuerdo colectivo permanente de los crímenes contra la humanidad cometidos por el Tercer Reich. “Si comprender es imposible, recordar es necesario, porque ocurrió una vez y puede volver a ocurrir”, dijo Primo Levi, superviviente de Auschwitz. Ha vuelto a ocurrir, ahora con otra comunidad como víctima, y algunos no pensamos olvidarlo.