La manifestación convocada este miércoles en Santander por el Sindicato de Estudiantes en apoyo al pueblo palestino terminó convertida en un acto minoritario y desinflado. Apenas 300 personas recorrieron el centro de la ciudad al mediodía, en una jornada marcada por la escasa participación y el contraste con las pretensiones iniciales de los organizadores.

La protesta, que comenzó en la plaza Numancia y concluyó en el Ayuntamiento, transcurrió sin incidentes pero también sin eco social. Mientras se coreaban consignas como «No es una guerra, es un genocidio» o «Fin a la ocupación» , los viandantes miraban con indiferencia y muchos se preguntaban el sentido de la movilización tras el reciente acuerdo de paz firmado entre Israel y Hamás .

Críticas por el uso político del conflicto

El deslucido seguimiento en Santander refleja una tónica general en el resto del país. En ciudades como Madrid o Barcelona, la huelga convocada por sindicatos como CGT o CNT tuvo un respaldo anecdótico, con porcentajes de seguimiento por debajo del 3%. UGT y CCOO no lograron movilizar ni a sus propias bases , y las protestas laborales se limitaron a paros testimoniales.

La coincidencia de la manifestación santanderina con otra protesta sindical de la plantilla de DIGI evidenció la desconexión entre la agenda estudiantil y las preocupaciones reales de los trabajadores. Mientras unos gritaban contra Israel, otros exigían mejoras salariales y estabilidad en sus empleos.

Una movilización sin rumbo

La falta de propuestas concretas, la utilización del conflicto palestino con fines ideológicos y la ausencia de autocrítica por parte de los convocantes provocaron que la manifestación quedara en una protesta de cartón piedra , alejada del sentir mayoritario de la sociedad cántabra.

«No tiene sentido esta movilización ahora, cuando se acaba de firmar una tregua. Es puro activismo vacío», opinaba un vecino que presenciaba el paso de la manifestación. 

La jornada deja una clara conclusión: la instrumentalización política del dolor ajeno no moviliza. Lejos de generar solidaridad, provoca hastío y rechazo. Y en Cantabria, la respuesta ha sido clara.