Lo primero que salta a la vista en la absolución del expresidente Álvaro Uribe Vélez, dictaminada ayer por parte del Tribunal Superior de Bogotá contra la muy controvertida sentencia de primera instancia por soborno a testigos en actuación penal y fraude procesal -hoy reducida a ceros-, es que se ajusta en un todo a la inocencia que este siempre predicó a lo largo del proceso judicial.

En efecto, Uribe Vélez nunca dejó de proclamarse inocente en su carácter de ciudadano del común, tanto en su defensa material como ante la opinión pública nacional e internacional en general, incluso renunciando a la muy posible prescripción que estaba a punto de producirse por agotamiento de los términos. Y que lo eximia de cualquier responsabilidad por vía procedimental, aunque no de fondo y de modo susta

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