El Pacto Verde Europeo, la gran bandera medioambiental de Bruselas, se topa de nuevo con la cruda realidad económica. La ambiciosa agenda climática de la Unión, diseñada para liderar la transición ecológica a nivel mundial, parece estar modulando su ritmo ante el creciente malestar del sector productivo. Se trata de un delicado reajuste estratégico para evitar que las exigentes normativas ahoguen la competitividad de las empresas del continente en un escenario global cada vez más complejo.
En este pulso entre ecología y economía, la última pieza en juego es una de sus normativas estrella : la ley contra la deforestación. Esta legislación, de gran calado, prohíbe importar al mercado comunitario productos tan cotidianos como el cacao, el café, la soja o el aceite de palma si proceden de