Desde el año 2020, varios países de la región han sufrido golpes de Estado y los uniformados han tomado el poder en Mali, Níger, Burkina Faso, Guinea, Chad y, desde este miércoles, Guinea-Bisáu
El miércoles 26 de noviembre, en pleno centro de Bisáu, se escucharon disparos que confirmaban la ejecución de un golpe de Estado en Guinea-Bisáu, tres días después de la celebración de elecciones generales. De esa forma, el país se sumaba a otros del cinturón del Sahel y de la costa occidental de África que han seguido el mismo camino desde 2020.
Un grupo de oficiales, que se presentaron en la televisión estatal como el Alto Comando Militar para la Restauración del Orden Nacional, anunció la detención del presidente del país, Umaro Sissoco Embaló, el cierre de las instituciones públicas, la suspensión del proceso electoral, el cierre de fronteras y el toque de queda. Este jueves, esa junta ha puesto al general Horta N'ta al frente de nuevo gobierno militar.
El golpe tuvo lugar apenas tres días después de las elecciones legislativas del 23 de noviembre, cuyos resultados oficiales todavía no se habían publicado, mientras que el propio Embaló y el candidato opositor, Fernando Dias da Costa, ya se habían declarado vencedores anticipadamente.
El contexto en el que se produjo el golpe incluye la exclusión de las elecciones del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), histórico partido del país; la disolución del Parlamento en 2023 por parte de Embaló y un clima hostil de detenciones a opositores y acusaciones de abuso de poder por parte del Ejecutivo. Aunque los militares afirman haber actuado para “restaurar el orden”, persisten dudas sobre las motivaciones reales de su intervención.
Un ciclo que se repite
Guinea-Bisáu no llega a este momento de repente. Desde su independencia de Portugal en 1974, el país africano ha registrado cuatro golpes de Estado consumados, además de una serie de intentonas. En 2003, 2010, 2012 y 2020 se registraron levantamientos, crisis militares o asesinatos políticos en la cúspide del Estado.
En 2022, en pleno asalto al palacio gubernamental, Embaló aseguró haber frustrado un intento de golpe “muy grave”, una declaración que ya entonces la oposición calificó como una maniobra política para reforzar su poder. Desde entonces, la politización del Ejército, las pugnas internas y la penetración de economías criminales, especialmente las redes de narcotráfico, han creado un escenario donde los equilibrios institucionales son frágiles.
El último episodio militar en Guinea-Bisáu no puede separarse del clima regional. Desde 2020, África Occidental y la región del Sahel han sido testigos de golpes miliares en Mali, Guinea, Burkina Faso, Níger, Chad y Gabón. Como apuntan analistas, dicha secuencia ha debilitado la capacidad disuasoria de la Comunidad Africana de Estados de África Occidental (CEDEAO) y ha impulsado otras agrupaciones político-militares como la Alianza de Estados del Sahel (AES).
Las causas profundas del golpe
En una entrevista con elDiario.es, el experto de geopolítica internacional Sani Ladan explica que la crisis actual “no nace el 26 de noviembre”, sino que parte de un sistema político “muy frágil y personalizado desde la independencia”, donde las instituciones no funcionan como contrapeso y las élites han operado históricamente de manera informal. Según Ladan, Guinea-Bisáu combina tres factores estructurales: un Ejército altamente politizado, una clase política relacionada con redes económicas opacas y una falta crónica de instituciones independientes.
Las elecciones del pasado 23 de noviembre ya se celebraron bajo un marco inestable con la exclusión de la principal coalición opositora (la Plataforma Alianza Inclusiva – La Tierra Empieza), un clima de acusaciones de fraude y dos candidatos vencedores antes del anuncio oficial. Para Ladan, esto hacía que las elecciones fueran “muy disputadas y poco creíbles”.
El golpe de Estado se produjo justo el día antes de que la Comisión Electoral publicara los resultados oficiales. Entonces, los generales se presentaron en la televisión afirmando que actuaban para evitar una “manipulación del recuento”. Sin embargo, y como sostiene el analista, “la suspensión del proceso electoral, el corte de internet y la paralización de la comisión encargada del escrutinio encajan más con un intento de congelar un momento políticamente incómodo que con una medida para proteger la transparencia”.
¿Una narrativa militar creíble?
La versión oficial del Ejército de que intervino para “restaurar el orden” tiene, en palabras de Ladan, “credibilidad limitada”. El experto en política africana sugiere que, si realmente la prioridad hubiese sido garantizar la limpieza del proceso electoral, lo lógico habría sido asegurar la integridad de la Comisión Electoral y de los observadores internacionales, no detener al presidente y suspender el recuento.
Además, tanto la Unión Africana, como la CEDEAO y Naciones Unidas han descrito el movimiento como una ruptura del orden constitucional: “Nadie que esté observando el proceso sobre el terreno compra la idea de un golpe a favor de la democracia”, apunta Ladan.
En este escenario, el Ejército no aparece como un árbitro neutral, sino como “una de las facciones que se disputa el control del régimen en un momento de máxima incertidumbre”, señala Ladan. Además, subraya que el golpe actual no puede separarse de las maniobras previas del Gobierno: “La presidencia de Embaló ha recurrido repetidamente a la táctica del miedo al golpe, deteniendo a mandos militares, denunciando complots y cerrando espacios políticos. El lenguaje de la amenaza permanente se ha convertido en una herramienta de poder”.
En octubre, semanas antes de las elecciones, las autoridades detuvieron a varios oficiales acusados de preparar un golpe. Este patrón, según Ladan, muestra una “normalización del estado de excepción”. El clima de represión para justificar decisiones extraordinarias desde el poder ha ido generando una crisis permanente, según apuntas varios testimonios en el medio Jeune Afrique.
Las consecuencias del golpe
En la tesis de que el golpe ha interrumpido deliberadamente el proceso democrático, Sani Ladan identifica dos consecuencias previsibles. En el corto plazo, señala que habrá una concentración de poderes en manos de los militares, detenciones selectivas en el entorno del opositor, restricciones de libertades, control de medios y presión sobre la sociedad civil. La población ya utiliza VPN para sortear la censura.
En el plano regional, se prevé una respuesta firme. La CEDEAO podría suspender al país, como ya hizo con Mali, Burkina Faso y Níger, además de considerar sanciones. Otras organizaciones multilaterales y socios internacionales revisarán su cooperación y financiación: “Para un país pequeño, empobrecido y dependiente del exterior, el impacto será inmediato y lo sufrirá la población”, apunta Ladan.
Por otro lado, en el medio plazo, el país podría entrar en una fase de gobernabilidad mínima, en la que el nuevo gobierno cuente con escasa legitimidad interna y externa. La falta de instituciones y continuidad política podría profundizar las redes informales del narcotráfico y llevar a Guinea-Bisáu a convertirse en un “narcoestado”.
El país africano es la costa más cercana a América Latina y desde mediados de los años 2000 es uno de los principales puntos de tránsito de cocaína hacia Europa. En 2008, una tonelada de cocaína procedente de Guinea-Bisáu destinada al continente europeo valía 60 millones de dólares, equivalente al 6,5% del PIB nacional.
Según Ladan, la única vía realista para que el país salga de esta situación es establecer un marco de transición claro y supervisado por la sociedad civil y la CEDEAO, con una fecha definitiva para que los militares dejen el poder. Este proceso debería incluir una recomposición de las instituciones claves así como el abandono de la lógica de “todo o nada” por parte de los partidos políticos.
El elemento decisivo es la reforma del sector de seguridad. Guinea-Bisáu necesitará redefinir el papel del Ejército y poner fin a la instrumentalización mutua entre el poder militar y político. Sin ello, Ladan advierte de que el país seguirá atrapado en los mismos patrones: “Si no se reformulan los incentivos de las Fuerzas Armadas y no se profesionaliza su cadena de mando, estaremos aquí otra vez hablando de golpe, intento de golpe o simulacro de golpe”.

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