El 24 de noviembre venció el ultimátum a Nicolás Maduro por el que Estados Unidos clasificó al llamado Cártel de los Soles como organización terrorista, allanando el camino para una posible intervención militar contra Venezuela.
Esa decisión parece menos una exigencia jurídica que una advertencia política. Como ya se vio en la “guerra de los doce días” contra Irán, que llevó a casi toda la UE a aceptar las exigencias estadounidenses en el marco de la OTAN, Washington se preocupa cada vez menos por sustentar sus ataques mediante justificaciones normativas.
Acoso diplomático
Los detractores del presidente Trump sostienen que ha convertido a EE.UU. en un “Estado mafioso” (mafia state), debido a que recurre a prácticas gansteriles, tanto a nivel internacional como nacional. Para estas voces críticas, Trump busca la cooperación o el sometimiento mediante la amenaza del uso de la fuerza.
No hace falta simpatizar con Maduro para ver los riesgos de este acoso diplomático “bully diplomacy”. Por exitosa que haya sido hasta ahora, socava los ya frágiles cimientos del orden mundial normativo (rule-based global orden) que Occidente dice defender. Sus efectos resultan difíciles de prevenir.
Esto sucede en el aniversario de la llamada doctrina Monroe, que tuvo lugar el 2 de diciembre.
A todos nos suena el lema “América para los americanos” y ahora lo asociamos con el control de fronteras y el proteccionismo industrial. Sin embargo, no es la primera vez que se alzan banderas con este lema.
1823 fue el marco de una auténtica partida de ajedrez geopolítico. Más de dos siglos después del mensaje del presidente James Monroe, resulta útil conocer cómo Londres y Washington compitieron por la proyección política en Latinoamérica. Entender qué ocurrió y cómo Europa perdió gradualmente capacidad de influencia puede ayudarnos a leer mejor lo que se avecina.
El giro intervencionista de la doctrina Monroe
Monroe no podía prever que su declaración contra la injerencia europea en los países independientes de América y a favor del no-intervencionismo estadounidense en Europa (en Grecia, por ejemplo) se transformaría en una “doctrina” útil para justificar no solo el aislacionismo, sino también el intervencionismo en América y más allá.
Sin embargo, el germen de ese giro ya estaba inscrito en el propio mensaje de 1823.
Aquel año, la contrarrevolución alcanzaba su cenit con la invasión francesa de España, que restauró el absolutismo en Europa y parecía anunciar una intervención franco-española en América.
Cuando Monroe leyó su mensaje, Gran Bretaña ya había asegurado el gradual reconocimiento de la independencia hispanoamericana, publicando el compromiso francés a la no-intervención en América que recoge el Memorándum de Polignac. Este hecho constituyó una parte del proceso para la difícil aceptación británica de la intervención francesa en España.
Pero Washington lo desconocía. Como subrayan los expertos, la declaración de Monroe no representó una ambigua cooperación con Londres, sino una potente reacción negativa a un anterior pedido británico de colaboración sobre la independencia latinoamericana.
Fue, en esencia, un manifiesto de emancipación geopolítica.
El secretario John Quincy Adams, autor del documento, se oponía a la propuesta británica de declarar que ni Gran Bretaña ni EE. UU. anexarían territorios previamente españoles, porque pensaba que Londres quería limitar la proyección estratégica de la república. Su negativa contenía en esencia la ideología del “destino manifiesto” y un panamericanismo contradictorio.
Considerando cómo los conflictos imperiales del siglo XVIII habían perturbado la geografía continental, Adams quiso establecer que los territorios americanos ya no eran peones en el ajedrez europeo.
El mensaje de Monroe no fue una herramienta de política interna, como se ha dicho, sino que dejó claro al mundo que EE.UU. interpretaría cualquier amenaza europea a las independencias hispanoamericanas como un ataque a su propia seguridad y paz.
Percibía como interferencia los planes para crear monarquías independientes, porque nuevos lazos dinásticos habrían arrastrado a América a conflictos europeos. Por eso, la “libertad hemisférica” tenía que ser republicana.
EE. UU. terminó legitimando como defensiva su teórica intervención contra la interferencia de otras potencias en otros países. Poco importó que careciera de la fuerza y la voluntad de materializar la amenaza. Fue una herramienta propagandística en Latinoamérica, que tuvo profundos efectos en México y Texas. Creó graves divisiones internas entre conservadores probritánicos y liberales proestadounidenses y empujó la reacción británica, una dinámica observada previamente en Sudamérica durante la Guerra de 1812.
Pero al intentar debilitar a la influencia europea, EE. UU. no quería actuar como guía del mundo americano.
El origen del “patio trasero”
Los límites de la declaración de Monroe residían, contrariamente a lo que se cree, en la reticencia de EE. UU. a gobernar un continente que solo deseaba controlar en la medida necesaria para su seguridad. Hispanoamérica representaba un escudo frente a la amenaza europea, la barrera entre el hogar y el mundo. Era su “patio trasero”. Con el tiempo el “hogar” se expandiría al jardín, y el jardín se proyectaría sobre el resto del mundo entre muchas contradicciones. Pero EE. UU. no perdería su hábito, fijado ya en 1823, de interpretar la injerencia ajena en territorios externos como una amenaza directa a su propia seguridad.
Y así como en el siglo XIX no quería gobernar el caos americano, hoy no quiere gobernar el mundo ni Occidente. Como conclusión, la “bully diplomacy” de Trump encarna el lado oscuro de una potencia militar hegemónica que no quiere ser un imperio, sino seguir preservándose a sí misma.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Deborah Besseghini es doctora investigadoras Marie Curie en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, donde desarrolla el proyecto "UNWANTED - The Revolutionary Impact of Financing a Global War, 1797-1825", financiado por la Comisión Europea. Algunos artículos citados son parte de un numero monográfico sobre la Doctrina Monroe en el cual la investigadora participó.


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