No es la ley de Godwin, pero se parece. A medida que las consideraciones sobre el arte de negociar de Trump se multiplican, la probabilidad de que aparezca una referencia irónica a Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (1936) tiende a uno. El clásico de autoayuda de Dale Carnegie prescribe que, para aumentar la influencia, conviene ofrecer una imagen amable de uno mismo. Y Trump, que, de acuerdo con Maquiavelo, cree que, en un cambio de régimen, es preferible ser temido que amado, es el anti-Carnegie. Sus disruptivas dramaturgias diplomáticas, donde los líderes extranjeros solo pueden actuar como bufones, aduladores o cómplices por cobardía, excluyen deliberadamente la puesta en escena de la amistad para exhibir con crudeza la capacidad presidencial de someter tiránicamente.

No

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