Las consencuencias políticas de la lucha por la atención en una carrera donde gana lo exagerado y lo trivial ya estaban en el ensayo de Neil Postman 'Divertirse hasta morir', que cumple ahora 40 años. El periodista Chris Hayes da una versión más actual y menos pesimista en su último libro, 'The Sirens' Call'
El último Rincón de pensar - Wilhelm Schmid: “El gran vacío de la sociedad moderna es que no sabemos cómo vivir tras la muerte de un ser querido”
Llevo meses intentando mirar un cuadro en un museo durante 10 minutos sin interrupciones, sin tocar el móvil para hacer una foto, sin merodear hacia otro lado, sin darle vueltas al folleto. Sólo mirarlo y observar los detalles.
A los pocos minutos de contemplar Madame X, el retrato pintado por John Singer Sargent, el ojo detecta con nitidez las sirenas en las patas de la mesita donde apoya la mano la mujer, varios tipos de marrones y las piedritas de la diadema. En El canto de la alondra de Jules Breton, el azul de la sobrefalda y la ensoñación en la mirada de la joven campesina. En El Salón carré en 1861 de Giuseppe Castiglione, la luz en el pasillo, el sombrerito de un tipo, la concentración de la mujer que lee un folleto.
Puede que nunca haya conseguido llegar a diez minutos. Cuando he mirado con detenimiento un cuadro en el “reto” con ese mismo tiempo que propone una serie el New York Times me ha sorprendido la poca cantidad de minutos que habían pasado al salir del enlace antes de tiempo.
He mirado los cuadros por interés, y porque ya tenía la idea de que un día empezaría este artículo sobre la atención contando la magia que tal vez había sentido en esos diez minutos mirando un solo cuadro –es un buen ejercicio, pero tampoco es para tanto–. Tal vez sería una manera de atrapar tu atención, querida lectora, querido lector.
Si has llegado hasta aquí, ya has superado la cantidad de atención más habitual que practicamos en este mundo de interrupción constante. Ya has superado los 47 segundos sobre los que escribe la psicóloga Gloria Mark, de la Universidad de California, y cuyo trabajo académico sobre la interacción entre humanos y ordenadores tiene especial valor porque ha comparado experimentos desde 2004, cuando cuantificaba ese tiempo en dos minutos y medio. Más que la cifra -sobre la que hay debate académico y pocos estudios fiables- lo interesante es la evolución.
El tercer pájaro
Si has llegado hasta aquí, tal vez tengas más capacidad de mantener la atención que la media y puede que seas de los que se atreven a probar con los 28 minutos con los que elige y examina una obra de arte la Orden del Tercer Pájaro, una red secretista que organiza citas para mirar con mucha atención un cuadro en un museo, habitualmente poco apreciado: “el que está al lado del baño o en la pared enfrente de la Mona Lisa”, según explicaba hace unos meses Graham Burnett, historiador y “pájaro” declarado a la revista The New Yorker, que tuvo un acceso poco habitual a una organización obsesionada con cultivar la atención.
Pero este no es otro artículo sobre la toxicidad de las pantallas y la escasez del recurso de la atención que explota el diseño adictivo de las plataformas, que están bien documentadas en El valor de la atención de Johann Hari o el siempre pesimista Jonathan Haidt en La generación ansiosa.
Más allá de lo que pasa y el efecto en nuestros cerebros, una de las grandes cuestiones más debatidas por académicos y periodistas es por qué importa nuestra falta de atención en lo que les está sucediendo a las democracias en particular en Estados Unidos y en Europa.
Los superpoderes privados
Una parte sustancial de las preocupaciones de la última década está dedicada a los monopolios que controlan nuestra atención y han construido imperios multimillonarios con ella, que detallan desde hace años los libros de Tim Wu, profesor de Derecho de la Universidad de Columbia e inventor del término “neutralidad de la red”.
“Sin nuestro consentimiento expreso, muchos de nosotros nos hemos abierto pasivamente a la explotación comercial de nuestra atención en cualquier sitio y en cualquier momento”, escribe Tim Wu en Comerciantes de atención, publicado en inglés en 2016 y en España en 2020. “En el próximo siglo, el recurso humano más vital necesitado de conservación y protección es muy probablemente nuestra propia conciencia, nuestro espacio mental”. Su próximo libro, disponible en inglés en noviembre, tiene un título explícito: The Age of Extraction: How Tech Platforms Conquered the Economy and Threaten Our Future Prosperity (“la era extractiva: cómo las plataformas tecnológicas han conquistado la economía y amenazan nuestra prosperidad futura”). Está centrado en cómo, además de alentar el odio y el cabreo permanente, las grandes plataformas acrecientan la desigualdad concentrando la riqueza en manos de unos poquísimos y así azuzando “el caos político”.
Sin nuestro consentimiento expreso, muchos de nosotros nos hemos abierto pasivamente a la explotación comercial de nuestra atención en cualquier sitio y en cualquier momento", escribe Tim Wu
Es el mundo de los “superpoderes privados”, como llama a las grandes corporaciones tecnológicas el historiador Timothy Garton Ash en Libertad de palabra, un libro esencial sobre la libertad de expresión publicado en mayo de 2016 y que todavía guarda cierto optimismo sobre el futuro próximo. “Sin sus usuarios -nosotros- esos gigantes no serían nada”, escribe el historiador. Todavía parece otra era porque, en sus casi 400 páginas, no menciona el nombre del político y showman que dominaría la siguiente década. Todavía no tenía nuestra atención, no en las gigantescas cantidades que ha acumulado desde entonces.
Divertirse hasta morir
Uno de los grandes debates de nuestro tiempo es cómo alguien como Donald Trump -igual que figuras parecidas por imitación o generación en contexto parecido- ha conseguido ganar dos veces las elecciones de Estados Unidos y dominar nuestro mundo de una manera en cierto sentido inesperada.
Las explicaciones son múltiples, complejas, contradictorias y a veces muy ligadas a la realidad de Estados Unidos: en una lista que no acaba aquí, se puede hablar del aislamiento social, el estancamiento salarial y los supermillonarios, el resentimiento rural, la percepción del desorden urbano, la apisonadora de Amazon, el racismo, el machismo, la indiferencia y la falta de información. Este último aspecto está conectado con nuestra demandada, escasa y volátil atención, algo que sucede en todo el mundo por nuestras costumbres cada vez más universales y dominadas por unos pocos.
Este año se cumplen 40 años de la publicación de un ensayo que anticipó parte de lo que nos pasa: Divertirse hasta morir de Neil Postman, teórico de los medios y profesor de la Universidad de Nueva York que en 1985 defendió que, en el caso de Estados Unidos, George Orwell no había acertado con 1984, su distopía del mundo autoritario, tanto como otro británico, Aldous Huxley. Su libro Un mundo feliz, publicado en 1932, describe una sociedad autoritaria donde se fabrican niños en cadena (“hombres y mujeres estándar en lotes uniformes”) y se dividen en clases sociales desde la infancia a través de descargas eléctricas o premios, pero donde la entrega al placer sin límites hace que apenas haya rebeldes y la abrumadora mayoría no se interese por cómo han llegado a ese estado porque “cuando no estás acostumbrado a la historia, la mayoría de los hechos del pasado suenan increíbles”. Para destacar el divertimento, la edición en inglés de Vintage Classic de Penguin viene acompañada con unas gafas bicolores para ver la portada en 3D.
“Orwell temía que se nos ocultara la verdad. Huxley temía que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos volviéramos una cultura cautiva. Huxley temía que nos convertiríamos en una cultura trivial”, escribe Postman.
El libro es una advertencia sobre la cultura social y política que crea la televisión, especialmente la que quiere informar o educar: entonces, según él, eran más peligrosos programas como 60 Minutes o Barrio Sésamo que Cheers o Dinastía. El libro está escrito cuando apenas había nacido la CNN, no existía Fox News y no había tertulias ni opinadores en bucle ni la presión del ciclo de noticias de 24 horas al día.