Ni soy solemne (o eso creo), ni me gustan los eventos protocolarios, ni los desfiles de cualquier tipo, religiosos o laicos, tampoco soy mucho de símbolos, los que sean (salvo los literarios, los de la literatura fantástica), pero esas gaitas que desparraman acordes y dulzuras por el patio de butacas del Teatro Campoamor sí logran captar mi atención. Y me emocionan. Quizás sea cosa de la celebración del intelecto que allí se produce, por más que uno no sea mayormente monárquico, salvo, de nuevo, en lo fantástico y en la literatura épica (y tampoco mucho), ni me sienta atraído por la pompa de los premios, ni crea demasiado en ellos, como por lo visto sucede a la mayoría de premiados, que acostumbran a marcar distancias con el galardón que les otorgan. Casi todos empiezan diciendo que no son
Mendoza, Byung-Chul Han y el mundo de hoy
La Nueva Crónica3 hrs ago124


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