La contundencia con la que los líderes del PP piden más policías y mejores pulseras de control de maltratadores se convierte en un relato descafeinado cuando se trata de hablar de los hombres que agreden y asesinan (salvo si son extranjeros)

El alcalde del PP de Alpedrete afirma que el hombre que asesinó a su pareja la “quería”: “No veo violencia de género”

Una mujer de 60 años de Alpedrete es la última víctima mortal de la violencia de género en España. Con ella, sumamos 38 mujeres asesinadas en 2025, 1.333 desde que empezó el recuento oficial en 2003. Es frecuente que midamos el impacto de la violencia machista con este macabro contador y que olvidemos, no solo a todas las mujeres que la sufren en cualquiera de sus formas e intensidades en algún momento de sus vidas, sino la raíz de esa violencia y la estructura que la sustenta. Por ejemplo, los estereotipos, la masculinidad o el negacionismo.

El alcalde de Alpedrete, Juan Fernández, del PP, no solo no ha estado a la altura que requería el asesinato de una de sus vecinas por parte de su pareja, sino que ha demostrado ser el ejemplo de todo lo que está mal cuando hablamos de violencia machista. Con un agravante: Juan Fernández no es un ciudadano anónimo que hace un chascarrillo en un bar o un comentario en una comida de trabajo, es un representante público con una responsabilidad que no ha cumplido.

Era el sábado cuando un equipo del Summa 112 encontraba los cuerpos sin vida de un hombre y de una mujer, pareja, con señales de violencia. Era su hijo quien encontraba los cadáveres. Al día siguiente, la autopsia previa señalaba que el hombre había asesinado a la mujer con 50 heridas de arma blanca. Él se suicidó. El lunes, Juan Fernández apareció para hacer declaraciones sobre el asesinato. Y ahí empezó el despropósito.

Fernández hizo un relato de los hechos en el que el hombre aparecía como una víctima más. De hecho, daba el pésame “por la muerte” de las dos personas. El varón, subrayaba el alcalde, sufría una enfermedad psicológica y problemas de espalda y “sucumbió a la presión”. “Quería mucho a su mujer”, añadía. “Él venía demandando una atención, le dolía la espalda (...) yo no lo veo como violencia de género, es un quitarse de en medio e intentar resolver el problema de manera drástica e incomprensible para muchos, es lo que me han transmitido sus hijos”, proseguía.

En pocas palabras el alcalde de Alpedrete conseguía equiparar dos muertes: la de quien asesina y la de quien es asesinada. Despojaba el crimen de todo contexto machista para atribuirlo a problemas mentales y personales del hombre, con quien mostraba casi comprensión. Algo así como el “divorcio duro” del que habló el líder de su partido, Alberto Núñez Feijóo, para referirse a la condena por maltrato de quien era candidato de Vox a la presidencia de la Corts Valencianas, Carlos Flores. Ese “divorcio duro” era una condena por un delito de violencia psíquica habitual y 21 faltas de coacciones, injurias y vejaciones contra su expareja. Entre las expresiones que utilizó Flores estaban 'puta', 'ladrona', 'loca', expresiones gritadas incluso desde debajo del balcón de la casa donde ella vivía.

La contundencia con la que los líderes del PP piden más policías y mejores pulseras de control de maltratadores se convierte en un relato descafeinado cuando se trata de hablar de los hombres que agreden y asesinan (salvo si son extranjeros). Entonces, el contexto estructural de la violencia de género desaparece y solo hay espacio para hombres cuyas circunstancias personales les llevan a comportamientos reprochables, sí, pero también, deslizan, algo entendibles. La presión de una enfermedad, física o psicológica, o de una separación planea sobre la vida de miles de personas que, sin embargo, no la canalizan a través de la violencia contra las mujeres o el asesinado.

No hay miles de hombres violentados física, psicológica, sexual y/o económicamente por sus parejas mujeres ni cientos de mujeres que asesinan a sus parejas hombres. Entender por qué son los hombres los que ejercen de manera sistemática esta violencia es esencial para prevenirla y erradicarla. No hay nada esencialmente malo en los varones, hay una estructura de poder y dominación que sitúa a mujeres y hombres en posiciones distintas, les atribuye artificialmente características distintas, y crea una jerarquía que se mantiene a base de violencias de distinta intensidad.

Dice la psicóloga Olga Barroso: “En el caso de ejercerla [la violencia] un hombre contra una mujer, coincide con lo que toda nuestra historia de la civilización ha definido que era el papel de las mujeres en las relaciones afectivas: lo que era correcto, lo que esperábamos que tenía que hacer una mujer y lo que entendíamos que estaba justificado que hiciera un hombre para situar a la mujer en su lugar. Por eso decimos que la violencia de un hombre contra una mujer en una relación afectiva es violencia de género, porque supone querer situar a la mujer en lo que nuestra historia patriarcal ha definido que es lo adecuado y lo correcto”.

Para el alcalde de Alpedrete, el sistema ha fallado, pero no porque un hombre se haya sentido con el poder de asesinar a una mujer o porque esa mujer no confiara en ninguna institución para confiarle lo que podría estar sufriendo. Para el alcalde el sistema ha fallado porque no ha detectado la enfermedad del hombre. “No ha sido por odio”, insistía.

Ahondaba así en el desconocimiento de cómo funciona la violencia de género. Los agresores, los asesinos, no son hombres con un letrero en la frente que desbordan odio cada vez que ejercen violencia. Son hombres normales, con y sin enfermedades, con y sin presiones, más o menos amorosos con sus hijos o más o menos amables con sus amigos. Son hombres, eso sí, cuya masculinidad se ha construido sobre la idea de la omnipotencia, el control, la violencia, o la represión emocional.

Por continuar con la explicación de una experta, la psicóloga Olga Barroso: “Los agresores saben lo que están haciendo, no tienen una pérdida de realidad cuando te insultan o cuando te dejan de dar apoyo afectivo. Ahora bien, esto no quiere decir que sean conscientes de que lo que les mueve en una relación de pareja sea relacionarse desde ahí y, mucho menos, que eso sea inadecuado. Y, por supuesto, también son conscientes de que hacen daño y son capaces de ver el sufrimiento delante de ellos. Ahora, no van a ser conscientes de que ahí hay un abuso de poder si consideran que así es como tiene que ser y que realmente ella está actuando mal, que hay una justificación para lo que están haciendo”.

Decía Núñez Feijóo hace unas semanas que las mujeres necesitábamos “menos talleres de masculinidad” y “más policías”. Su afirmación era una apuesta por el enfoque del miedo y la seguridad frente al enfoque de la transformación social. Por la negación de cuál es el auténtico problema y, por lo tanto, de dónde tienen que venir las soluciones. Las declaraciones del alcalde de Alpedrete siguen esa misma línea, una línea que apuesta por la confusión, por desdibujar el trasfondo político de una violencia que nos atraviesa como sociedad.