En toda investigación criminal seria, lo primero es seguir el rastro de los indicios. Hay responsables materiales, autores intelectuales y financiadores.
Nada ocurre en el vacío. El asesinato de Charlie Kirk, símbolo de una voz joven, clara y sin tapujos en defensa de la civilización judeocristiana, no puede entenderse como un hecho aislado.
Es la consecuencia inevitable de un clima cultural y político diseñado para silenciar a quienes desafían la narrativa oficial del progresismo.
Con casos como este, el estigma del “conspiranoico” se diluye. Durante años, se ridiculizó a quienes denunciaban la existencia de una agenda global contra la fe, la familia y la libertad individual.
Se les llamó “conspiranoicos”, se les redujo al absurdo con caricaturas mediáticas y se intentó enterrar su me